domingo, 6 de enero de 2013

El niño prodigio del cine


El fin de la década del ochenta ha sido uno de los varios puntos de inflexión que podemos adjudicarle al siglo pasado. Pareciera  que la caída de la cortina de hierro nos haya obligado no sólo a replantearnos políticamente nuestra vida, sino también las identidades asumidas hasta entonces, en concreto a lo que la cuestión del género respecta. Es como si, con la caída del mundo bipolar, aquella barrera divisoria entre lo femenino y lo masculino, lo hétero y lo homo, haya sido puesto en boga por primera vez y para siempre en la historia de los hombres. Ojo: no porque esto no haya generado problemas entre nuestros antepasados. Pero nunca hasta entonces la opinión pública, la producción científica y el mundo artístico en general puso la mirada en aquellas vidas que, hasta entonces y según palabras de Judith Butler, “no merecen ser vividas”.

Simultáneamente a estos acontecimientos, en 1989 nacía Xavier Dolan, brillante y prometedor director, productor, guionista, actor e infinidad de etcéteras canadiense. Esta vez, el lúcido muchacho nos cuenta una historia de amor en el transcurso de diez años – de 1989 a 1999. Laurence Anyways es, ante y sobre todo, una historia de amor: retratará la relación que parte de un hombre y una mujer heterosexuales hasta terminar en la relación de un/a trans y una madre de familia, pasando en el medio por todas las variantes y coyunturas dramáticas posibles e imaginables. La misión se puede dar por cumplida en la medida en que nunca se abandona el estatuto de historia de amor -y no sólo que no se abandona, sino que se logra.

Es un denominador común en las películas de Dolan la cuestión del amor, de los géneros, así como también las presencia de madres, al menos, sugerentes. Ya en sus dos anteriores filmes -“I killed my mother” y “Les amoures imaginaires”- nos cuenta historias de amor atravesadas por las dificultades de convivir con la adolescente homosexualidad y con una madre que pareciera ser un monstruo y que deberá ser matada, simbólicamente, para que la existencia sea más liviana, en el primer caso, así como la historia de un triángulo amoroso sumergido en la confusión que el amor y un triángulo implican, donde pareciera que los géneros o identidades sexuales no importasen demasiado a la hora de abordar y seducir a otro, en el segundo. Me atrevo a afirmar que Dolan, en cada una de sus películas, hace un humanismo del elogio al amor.

Laurence Anyways de por sí es un título sugerente: de todas maneras, Laurence. Es emocionante ver a los largos de los 160 minutos de película cómo este adolescente tardío logra dar cuenta de la subjetividad de una época, de su estética, sus prejuicios y los avatares sociales que, en los años 80 y 90, han atravesado estas identidades abyectas quienes, luego de múltiples luchas, se han hecho y se hacen aun hoy un lugar en el mundo y en el imaginario social. Los toques “Dolan” se ven en cada personaje, en su ropa, maquillaje, estética, música, escenografía, fotografía y cualquier detalle que el entendido en cine quiera tener en cuenta. Este muchacho es una marca registrada y, sin dudas, un referente estético en el cine que está y que vendrá: andróginos al estilo  Ziggy Sturdust que habitan un submundo rescatan a nuestro protagonista de los maltratos e injurias sociales y lo ayudan a sobrevivir en este mundo que cambia, mujeres al estilo “chicas Almodóvar” con narices prominentes y ojos inmensos, moda vintage por doquier, entre otras cosas.

 El elogio no será solamente al amor, sino también al hedonismo y a los placeres; las encrucijadas son muchas, al igual que las sorpresas. Las decisiones que tomarán los protagonistas no parten de contextos sencillos no obstante, como el sentido común lo creería, no son los ropajes o las elecciones sexuales lo que comande el escrutinio de cada quien: ni una novia relegada, ni una viril madre parecen demasiado afectadas por esto. Resulta ser que en, última instancia, las elecciones de los seres humanos no responden a la moral.

Retomo alguna declaración de Alain Badiou: “El encuentro entre dos diferencias es un acontecimiento, algo contingente, sorprendente. Las “sorpresas del amor”. A partir de este acontecimiento, el amor puede iniciarse e introducirse. Esta sorpresa pone en marcha un proceso que es fundamentalmente una experiencia del mundo”. Es que en un mundo cosmopolita, donde las fronteras se levantan, donde las dualidades se agotan no es extraño que la experiencia de amar sea puesta en boga. El acento está puesto en el encuentro, en lo sorprendente, en la experiencia a la cual la vida nos invita. El nuevo cine nos propone y sugiere eso, a historizar esa lucha por hacerse un lugar en el mundo, a retratarla de la forma más bella que haya sido posible y permitirle a esas vidas que hasta entonces no merecían ser vividas ser llevadas a la pantalla y ser introducidas en el arte con una fineza y buen gusto difíciles de superar.