El fin
de la década del ochenta ha sido uno de los varios puntos de inflexión que podemos
adjudicarle al siglo pasado. Pareciera que
la caída de la cortina de hierro nos haya obligado no sólo a replantearnos
políticamente nuestra vida, sino también las identidades asumidas hasta
entonces, en concreto a lo que la cuestión del género respecta. Es como si, con
la caída del mundo bipolar, aquella barrera divisoria entre lo femenino y lo
masculino, lo hétero y lo homo, haya sido puesto en boga por primera vez y para
siempre en la historia de los hombres. Ojo: no porque esto no haya generado
problemas entre nuestros antepasados. Pero nunca hasta entonces la opinión pública,
la producción científica y el mundo artístico en general puso la mirada en
aquellas vidas que, hasta entonces y según palabras de Judith Butler, “no
merecen ser vividas”.
Simultáneamente
a estos acontecimientos, en 1989 nacía Xavier Dolan, brillante y prometedor
director, productor, guionista, actor e infinidad de etcéteras canadiense. Esta
vez, el lúcido muchacho nos cuenta una historia de amor en el transcurso de
diez años – de 1989 a 1999. Laurence Anyways es, ante y sobre todo, una
historia de amor: retratará la relación que parte de un hombre y una mujer
heterosexuales hasta terminar en la relación de un/a trans y una madre de
familia, pasando en el medio por todas las variantes y coyunturas dramáticas posibles e imaginables. La
misión se puede dar por cumplida en la medida en que nunca se abandona el
estatuto de historia de amor -y no sólo que no se abandona, sino que se logra.
Es un
denominador común en las películas de Dolan la cuestión del amor, de los
géneros, así como también las presencia de madres, al menos, sugerentes. Ya en
sus dos anteriores filmes -“I killed my mother” y “Les amoures imaginaires”-
nos cuenta historias de amor atravesadas por las dificultades de convivir con
la adolescente homosexualidad y con una madre que pareciera ser un monstruo y
que deberá ser matada, simbólicamente, para que la existencia sea más liviana,
en el primer caso, así como la historia de un triángulo amoroso sumergido en la
confusión que el amor y un triángulo implican, donde pareciera que los géneros
o identidades sexuales no importasen demasiado a la hora de abordar y seducir a
otro, en el segundo. Me atrevo a afirmar que Dolan, en cada una de sus películas, hace un humanismo del elogio al amor.
Laurence
Anyways de por sí es un título sugerente: de todas maneras, Laurence. Es emocionante
ver a los largos de los 160 minutos de película cómo este adolescente tardío
logra dar cuenta de la subjetividad de una época, de su estética, sus
prejuicios y los avatares sociales que, en los años 80 y 90, han atravesado estas
identidades abyectas quienes, luego de múltiples luchas, se han hecho y se
hacen aun hoy un lugar en el mundo y en el imaginario social. Los toques “Dolan” se ven
en cada personaje, en su ropa, maquillaje, estética, música, escenografía,
fotografía y cualquier detalle que el entendido en cine quiera tener en
cuenta. Este muchacho es una marca registrada y, sin dudas, un referente
estético en el cine que está y que vendrá: andróginos al estilo Ziggy Sturdust que habitan un submundo
rescatan a nuestro protagonista de los maltratos e injurias sociales y lo
ayudan a sobrevivir en este mundo que cambia, mujeres al estilo “chicas
Almodóvar” con narices prominentes y ojos inmensos, moda vintage por doquier,
entre otras cosas.
El elogio no será solamente al amor, sino también al hedonismo y a los placeres; las encrucijadas son muchas, al igual que las sorpresas. Las decisiones que tomarán los protagonistas no parten de contextos sencillos no obstante, como el sentido común lo creería, no son los ropajes o las elecciones sexuales lo que comande el escrutinio de cada quien: ni una novia relegada, ni una viril madre parecen demasiado afectadas por esto. Resulta ser que en, última instancia, las elecciones de los seres humanos no responden a la moral.
Retomo
alguna declaración de Alain Badiou: “El encuentro entre dos diferencias es un
acontecimiento, algo contingente, sorprendente. Las “sorpresas del amor”. A
partir de este acontecimiento, el amor puede iniciarse e introducirse. Esta sorpresa
pone en marcha un proceso que es fundamentalmente una experiencia del mundo”. Es
que en un mundo cosmopolita, donde las fronteras se levantan, donde las
dualidades se agotan no es extraño que la experiencia de amar sea puesta en
boga. El acento está puesto en el encuentro, en lo sorprendente, en la
experiencia a la cual la vida nos invita. El nuevo cine nos propone y sugiere eso, a
historizar esa lucha por hacerse un lugar en el mundo, a retratarla de la forma
más bella que haya sido posible y permitirle a esas vidas que hasta entonces no
merecían ser vividas ser llevadas a la pantalla y ser introducidas en el arte
con una fineza y buen gusto difíciles de superar.
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