sábado, 28 de julio de 2012

Canciones Perdidas I


Recuerdo que durante un recital en una de esas típicas pequeñas casas de San Telmo, Pablo Dacal, sin más que su guitarra y una tenue luz de velador que iluminaba sus canciones amablemente desbordadas de imágenes de presentes y futuros inciertos, se disponía a tocar “Tu Río Musical”. Antes de empezar, Pablo consultó cuántos de los presentes (alrededor de 50 personas, aunque el margen de error es muy amplio) tenían el disco de Viajantes, y antes de que varios levantemos la mano porque lo habíamos bajado de internet, aclaró que se refería a quiénes habían obtenido la versión original del disco. Sólo una persona dijo tenerlo y el único motivo por el cual había accedido a él era a través de un regalo que el mismo Pablo Dacal le había hecho después de un show. Luego, continuó tocando un rato más, incluyendo la lectura de poemas de “Guitarras Negras” de Luis Alberto Spinetta -en la triste semana de su partida- para concluir con generosas versiones de Los Gatos y Almendra.
Es el final de esta breve anécdota, pero el comienzo de pensamientos que se instalaron en mi mente, en aquel momento desperdigados, pero que fueron el germen de la idea de pensar a Viajantes y su único disco, colmado de canciones difíciles de conseguir, pero valiosas y merecedoras de algunas palabras elogiosas.


Viajantes nace durante el año 2009, a partir de la conjunción y la afinidad creativa de Pablo Dacal, Alfonso Barbieri, Manuel Onís y Juan Jacinto. Pero ese no es más que el nacimiento formal del grupo y no es el objetivo extenderse en este rumbo. En cambio, a partir de acercarme a sus canciones, considero que no sería del todo impreciso intuir que Viajantes tiene su origen en las inseguridades e incertidumbres de hombres del mundo de hoy, en la necesidad de expresar las emociones y sensaciones frente a un presente que ofrece cada vez más caminos y herramientas que no conducen a otro lado que el abismo y la insatisfacción. El deseo de algún tipo de respuesta se hace evidente desde la primer canción, “No me digas no sé”, cantando “Si no vas a creer mejor no digas nada”, casi expresando la imperiosa necesidad de aferrarse a la ilusión de una fe ciega. Gritos desesperados de libertad resuenan durante otros pasajes del disco, particularmente en esa invitación a rebelarse ante aquellos que nos dominan y no son más que nuestros semejantes, que fue llamada “Discurso de la servidumbre voluntaria” y recupera algunos pasajes del texto antiabsolutista escrito por Étienne de La Boétie en el siglo XVI. “Espíritu libre” se manifiesta en el mismo sendero libertario, con un margen para el optimismo, en tanto “si vas creyendo en lo imposible, de a poco empieza a suceder”. Una melodía taciturna y envuelta en tristes acordes de guitarra acompaña las bellas palabras de “Tu río musical”, reflejando cierta desolación y miedo por el momento en que la música se deja de escuchar. La expresión de la nada que rodea una vida rutinaria y apática, que observa cómo pasa el tiempo y “a pesar de todo tampoco es tan malo” se presenta en “Temprano” y casi en sintonía, “Hablarte a vos” presenta una crítica sarcástica a la falta de comunicaciones humanas verdaderas en los tiempos de la posmodernidad y la era de la virtualidad.
Llegando al final del disco, nos encontramos con “La hora de los magos”, en la que Viajantes después de haber transitado un recorrido de diez canciones que muestran altas cuotas de pesadumbre, aunque con fuertes intentos de resistir frente a ella, deciden regalar un imaginario mundo perfecto. Para la creación de este universo de ensueño se suman numerosos artistas (incluso algunos sumamente conocidos), pero no resulta tan importante mencionarlos, cuando son tan atravesados por la letra y el clima de la canción. En este mundo ideal no existen los disturbios raciales, nadie más trabaja nunca salvo que sea un juego y se termina la guerra fría para empezar la de los besos, entre otras metáforas y deseos que constituyen este onírico viajante, que inevitablemente invita a cerrar los ojos, imaginar y vislumbrar una película que nunca pudimos ver.  
De esta manera finaliza el desplazamiento por los caminos del presente que ofrece Viajantes en cada una de sus canciones. No es posible afirmar que sea un disco conceptual, pero si es viable interpretar que, más allá de temas diferentes, existen algunas ideas que atraviesan la obra, lo cual es más notorio aún, al escuchar discos posteriores de Pablo Dacal y Alfonso Barbieri, particularmente. Lógicamente estos pensamientos están lejos (o no) de reflejar las intenciones de los autores al escribir las canciones. Sin embargo, creo que la mayor justicia que se le puede hacer al disco de Viajantes es justamente dejar de lado las explicaciones, para dar lugar privilegiado a las más puras sensaciones.


The Lumberjack


"No tengas miedo", de Montxo Armendáriz


“No tengas miedo” cuenta la historia de la vida de una joven española abusada sexualmente por su padre desde los 7 años. Silvia es la hija única de una familia burguesa integrada por la niña, una madre tan hermosa como narcisista y un padre odontólogo y perverso. Me disculpo desde ya ante la comunidad odontólogica pero no puedo evitar evocar, en el random mental, a diversos odontólogos psicópatas y a todas las fantasías que giran en torno a este oficio por parte de quienes somos sus pacientes ¿será que la odontología sea una profesión que facilite, al menos, la elaboración de algo del masoquismo primordial que nos constituye a los seres humanos? 
Tenemos, en principio, la perfección de una familia de clase media profesional donde la belleza, la dulzura, el talento y el dinero son las cuatro patas de una estructura sospechosamente normal. Tenemos una madre hermosa, amorosa con su hija igualmente hermosa y un padre cariñoso y atento de su más preciado tesoro. Resulta que estas atenciones, que en principio entran dentro del orden de lo lúdico y lo tierno, se tornan el viaje de ida a una pesadilla eterna: será el comienzo de una vida marcada por el estrago y el ultrajamiento.
Los efectos de lo traumático serán tramitados (o no) al modo que suelen hacerlo los niños (y que el Profesor Freud tan bien ha introducido en su “más allá del principio del placer”). Pero, como pasa en la mejores familias, las alertas rojas que se encienden en la casa de Silvia son negadas, rechazadas y desestimadas por quien se supone que está en este mundo -entre otras cosas- para ser intérprete de estos signos.
La niña no tardará en devenir adolescente. Sintéticamente, y sin intención de hacer teoría psicoanálitica barata, tenemos que el mecanismo de la represión -la vedette de la neurosis- se establece en tres tiempos: el primero, represión primordial fundante del psiquismo; segundo tiempo, -represión propiamente dicha- consistirá en reprimir las mociones incestuosas de la primera infancia; tercer tiempo, retorno de lo reprimido acompañado de la formación de síntomas. Este tercer tiempo corresponde cronológicamente a la reedición del complejo de edipo propio de la adolescencia y al segundo despertar de la sexualidad. En este tercer tiempo, todo aquello que ha sucedido y que con tanta fuerza se ha aferrado en el inconsciente, retorna interpelando al sujeto. Si bien la interpelación es dolorosamente inevitable para todos, para Silvia (y para cualquier persona que haya padecido tormentos similares) esta coyuntura la interroga en lo más íntimo de su ser.
La incipiente exogamia a la que la adolescencia invita comienza a enfrentarla ante el goce desmedido de aquel Gran Otro del cual ella resulta ser un objeto. Es que si bien todo proceso de subjetivación implica necesariamente el pasaje por el lugar de objeto y la consecuente pregunta ¿qué soy yo para el deseo del Otro?, las coordenadas y las posibilidades de separación no son las mismas cuando una subjetividad se ha fundado sobre el principio de ser un objeto ultrajable, violentable, un objeto “de mierda” para ese Otro. Y lo es aun más cuando ese Otro es de quien se han recibido las únicas atenciones y muestras de amor: la lectura e interpretación de La Ley que desde este mismo lugar se ofrecen resultan por demás confusas y, digamoslo, perversas. Vale agregar que cuando una subjetividad se configura a partir de estos preceptos, ser un objeto de mierda, llevar adelante la existencia puede ser insoportable a punto tal que Silvia, en cierto momento, se toma un taxi para arrojarse desde allí al asfalto segundos más tarde. Es que cuando la angustia no se soporta desde el lado del lenguaje (es decir, se torna más insoportable de los común), del lado del fantasma como respuesta a esta angustia, no queda más que la identificación con ese objeto “resto” que queda del lado del sujeto: es este “arrojarse fuera de la escena” la típica estructura que el psicoanálisis le da al estatuo de pasaje al acto. Dice Lacan al respecto: “Ese dejar caer es el correlato esencial del pasaje al acto. Aun es necesario precisar desde qué lado es visto este dejar caer. Es visto, precisamente, del lado del sujeto. Si ustedes quieren referirse a la fórmula del fantasma, el pasaje al acto está del lado del sujeto en tanto que éste aparece borrado al máximo por la barra. El momento del pasaje al acto es el de mayor embarazo del sujeto, con el añadido comportamental de la emoción como desorden del movimiento. Es entonces cuando, desde allí se encuentra – a saber, desde el lugar de la escena en la que, como sujeto fundamentalmente historizado, puede únicamente mantenerse en estatuto de sujeto- se precipita y bascula fuera de la escena” (Lacan, 1963).
Ameritaría otro escrito al respecto, pero bastará decir lo que sorprende cómo, a pesar de la anterior consideración sobre el estatuto del pasaje al acto en la vida de los neuróticos, Silvia es llevada a un neuropsiquiátrico y es tratada por un psicóloga con aires de hipnotizadora que, en el mes que dura la internación, no resulta capaz (ni interesada) de interrogar algo de la angustia de su paciente. Es lamentable cómo la psicología en pos de los tratamientos eficaces a corto plazo y apuntando al menor costo posible para pacientes, profesionales e instituciones ignora y forcluye la falta, la escansión, la hiancia, la insistencia, lo que puja e insiste. En una palabra: al Sujeto.
Durante su internación recibe la visita del padre, a quien se niega a ver. Recibe la visita de su madre, una bella mujer que no fue capaz -en su momento y en la actualidad- de alojar, ni siquiera creer, nada de lo que le sucede y dice su hija.
El tiempo pasa y Silvia adquiere ciertos hábitos que dan cuenta de un circuito que impide, valga la redundancia, la circulación de aquello incapaz de tramitarse vía lo simbólico, algo del orden de lo traumático que excede las posibilidad de reelaboración del sujeto, un significante desamarrado de un monto de afecto (de aquel afecto “que no engaña”) que no cesa de irrumpir ilimitadamente. Es en este contexto que conoce a un muchacho con quien entabla una relación amistosa para luego avanzar sobre algo más. Pero este “algo más” no es sencillo para quien el encuentro con lo sexual y el lugar de ser causa de deseo para un hombre está por demás complicado. Por suerte cuenta con una amiga de toda la vida, quizá la única capaz de soportar y contener algo de lo desbordante de esta muchacha. También la música cumple algo de esta función -los neuróticos no sólo contamos con destinos fallidos para nuestras rebeldes pulsiones.
Con mucho costo algo del orden de la exogamia pareciera suceder. La terapia de grupo, la posibilidad de que algo de lo real comience a tramitarse vía lo simbólico, los verdaderos afectos, son las aristas que acompañan a esta mujer a tomar una posición con respecto a su existir y a su miedo. La película es dramática e interroga a lo largo de sus 90 minutos porque, ¿cómo pedirle a alguien que no tenga miedo cuando, la persona que se supone que más te ama, es la persona que te arruina la vida?



-Summer Finn -Víctima, Charly García

lunes, 23 de julio de 2012

Agnés Jaoui: El gusto por el prejuicio

“El gusto de los otros”, “Como una imagen” y “Hablame de la lluvia” convirtieron a Agnés Jaoui en una de las directoras francesas más prestigiosas de los últimos años y su manera de narrar y caracterizar a los personajes es una razón esencial. La primera impresión que genera su filmografía es que las tres historias podrían ser parte de una sola, en tanto comparten una idea fundamental: en todas se realiza la deconstrucción de un prejuicio que circula en la sociedad, particularmente en las clase acomodadas francesas, que son las que aparecen representadas, en el marco de tramas que giran alrededor del costumbrismo y la cotidianeidad burguesa.
Durante una entrevista, Agnés Jaoui comentó que “incluso ahora, que pensamos que somos tan modernos y tan abiertos de mente, tenemos muchos prejuicios sobre la gente y eso hace muy difícil que nos comuniquemos entre nosotros”[1], lo cual, después de conocer su producción cinematográfica, suena a una declaración de principios. “El gusto de los otros” (Les gouts des autres) es paradigmática en este sentido, en tanto son puestos en cuestión los conceptos de “gusto”, “estilo”, a partir de los prejuicios que se generan cuando la mirada se centra en las elecciones artísticas del otro. Por otra parte, el film presenta una descripción de las relaciones que se establecen entre el artista burgués y el resto de la sociedad, en base a distintos significados que se atribuyen a la noción de cultura y a las cualidades que se deben tener para que se pueda calificar a alguien como ”culto”.
En “La elección de lo necesario”, Pierre Bourdieu elabora una distinción entre el gusto de las clases populares y el gusto burgués. Considera que el factor que determina las elecciones de las clases populares es la necesidad, que las lleva a una estética pragmática y funcionalista, con la intención de “obtener al menor costo el máximo de efecto, fórmula que para el gusto burgués es la definición misma de la vulgaridad”[2]. Contrariamente, las elecciones de la burguesía se caracterizan por responder a criterios puramente estéticos, no motivados por necesidades económicas. Este esquema de Bourdieu es pasible de ser identificado en el film, aunque con algunas diferencias:
  • En primer lugar, en “El gusto de los otros” no aparece un conflicto de clases, sino que la cuestión de las elecciones estéticas se plantea en el seno mismo de la burguesía. En este sentido, Jean-Jacques Castella, el personaje interpretado por Jean Pierre Bacri representaría el gusto de las clases populares, desprovisto de la capacidad para entender el arte, por lo cual es motivo de burla y vergüenza ajena por parte de un grupo de artistas que se presentan como los únicos calificados de establecer los parámetros de lo estético. Entre ellos se encuentra Clara Devaux, una actriz de teatro de la cual Castella se enamora, por lo cual intentará acercarse al mundo artístico, totalmente desconocido para él, en tanto es un empresario industrial desinteresado de ese campo. Incluso hay ciertos momentos en que la actriz se coloca en el lugar de protectora de Castella, quejándose ante sus amigos “artistas”, por una negociación que están cerrando con el empresario industrial para redecorar su empresa, ya que cree que se quieren aprovechar de él. Este esquema bourdieuano se rompe a partir de una pregunta que realiza Jean-Jacques Castella a Clara Devaux acerca de la compra de un cuadro en una exposición, que deviene fundamental para la idea central del film de Jaoui: “¿No se puso a pensar que quizás solo lo compré porque me gusta?”. En ese momento queda ridiculizada la figura del artista burgués que se posiciona en un lugar distinto al resto de la sociedad, lo cual queda evidenciado en la posterior culpa de Clara por su prejuicio acerca de los gustos del empresario.
  • Por otro lado, la supuesta preocupación de los artistas por lo puramente estético y no funcional, no está disociado del interés por obtener fines de lucro, satisfaciendo necesidades económicas. De esta manera, se niega el concepto de “arte por el arte”, en pos de un arte burgués solo comprendido por los selectos miembros del grupo, que pretende aprovechar las supuestas carencias estéticas de quienes no forman parte del mundo artístico, en este caso Castella, para obtener réditos económicos.


De esta manera, a través de una historia de la vida cotidiana de la burguesía francesa, Agnés Jaoui elabora una manera de caracterizar a los personajes que profundizará en sus siguientes películas: cada uno de ellos centra siempre su mirada en lo que hacen los demás y construye un prejuicio, evadiendo sus conflictos internos o negándolos. Esta situación genera un escenario repleto de relaciones sociales complicadas,  confusas, en las cuales los sentimiento reales son escondidos detrás de un aparentar constante, que responda exitosamente al discreto encanto que debe demostrar la burguesía en todo momento, el cual Jaoui evidencia a través de un juego permanente entre el drama y la comedia absurda.




The Lumberjack

[2] Bourdieu Pierre, “La elección de lo necesario” en La Distinción, Taurus, Madrid, 1979.



De las venas que no se cierran: "También la lluvia", de Icíar Bollaín


Siglo XXI, Bolivia. Un grupo trasnacional integrado por mexicanos, españoles y un rioplatense (porteño, si querés) se instala en la ciudad de Cochabamba para el rodaje de una película que intentará evocar el impacto y los alcances de la llegada de los españoles a América. Sucede que, una vez más, la realidad superará a la ficción y los impactos y alcances que este grupo querrá retratar por medio de un largometraje se harán carne, cinco siglos después.
En esta ocasión la mercancia en boga será el agua, recurso que le es denegado a los habitantes de esta región del oriente boliviano. Vieja, famosa y larga es la lista de expropiaciones y explotaciones que Bolivia tiene en su haber, expropiaciones y explotaciones padecidadas tanto por su gente como por la mismísima pacha.
Resulta que con la llegada de este proyecto cinematográfico, el pueblo es convocado a participar del casting para trabajar de extras en el film por la módica suma de dos dólares diarios. Es a partir de este momento, que marcaremos como punto cero, cuando las injusticias pasadas se reactualizarán y se reproducirán casi a la manera del siglo XVI: subestimación, maltrato, falta de respeto, explotación. Esta vez los grupos -que en principio llamaremos antagónicos- estarán compuestos, por un lado, por un director español y un equipo de trabajo que, con ciertos humos soberbios, mantendrán firmemente el objetivo con el cual llegan a estas tierras: realizar su trabajo, cueste lo que cueste. Por el otro lado, estarán los habitantes de un pueblo quechua al que le es denegado no sólo el derecho a acceder a un recurso vital sino, tambíén, la posibilidad de continuar con la construcción de una red de abastecimiento que ellos mismos están contruyendo, razón que concluirá en enfrentamientos con la fuerza pública cada vez más frecuentes e intensos, motivo por el cual -en nombre del bien, de la conveniencia y los interes de todos los involucrados- estos grupos denominados en principio antagónicos negociarán e intercambiarán favores generando una suerte de alianza que les permitirá resistir -con más o menos ilusión- los efectos del poder que el monopolio de la violencia estatal ejerce sobre los sujetos.
Dentro de este último grupo se destacará un intrépido y valiente albañil devenido actor que luchará, básicamente, por las posibilidades de su propia hija y de todo su pueblo a ser tenidos en cuenta para participar de la película. Pero sus convicciones y su genio van más allá y llegará a convertirse en líder en la causa por el derecho al agua, a la vez que será esta terquedad, su encanto y su espíritu lo que lo convertirá en el intermediario y principal referente entre el grupo de bolivianos que participa en la película y el equipo de trabajo.
Constantemente se toman prestadas escenas de la película que hay dentro de la película dando la sensación de que aquellos suplicios pasados ilustran, para nada anacrónicamente, los padecimientos actuales. El problema es grave y la convulsión social es cada vez más efervesente, por lo cual, aquello que parecía ser un viejo y amargo recuerdo confluye inexorablemente con los más penosos episodios presentes.
Los personajes de esta película tienen la característica de mostrar, cada uno de ellos, las más diversas y polémicas posiciones que cualquier blanco de occidente (llámese europeo, llámese criollo) puede tener con respecto al complejo y polémico debate sobre los pueblos originarios. Esta es una película que, no obstante, trasciende las respuestas acabadas, morales y dicotómicas e intenta ir más allá, animándose a tocar aquellas fibras más éticas que los occidentales tenemos en relación con nuestras propias preguntas -o mejor dicho, respuestas- antropológicas. Se interrogará, casi sin disimulo, el alcance del estatuto de hombre en tanto sujeto de derecho y, hasta me atrevería a decir, el estatuto del mismo en tanto sujeto de hecho en pleno siglo XXI, interrogación que pondrá en jaque, irremediable e incisivamente, a las más grandes de las miserias y grandezas humanas.
Para concluir se apelará, a modo de broche de oro que ningún antropólogo estructuralista sería incapaz de desdeñar, a reivindicar al ser genérico en su condición más humana tomando como recurso aquella clase de objetos simbólicos que, al circular, crean espacios donde no sólo se pondrá en juego algo del orden de la gracia sino que lo entregado, nada más y nada menos, tiene que ver con lo más profundo del sí-mismo. Lo que es puesto en circulación entra en serie con la entrega-de-algo a un otro pero que, en la medida en que este objeto es intercambiado dentro del mundo de los objetos deviniendo por tanto don y ofrenda, el estatuto de alteridad es resignificado generando un universo común y dejando translucir que, en definitiva, la condición humana es sólo una.


-Summer-

jueves, 19 de julio de 2012

- breve ensayo sobre la amistad -


A todo aquel que haya sido, sea o vaya a ser mi amigo

Dentro de la multiplicidad de roles que se pueden cumplir a lo largo de una vida están que se caracterizan por la inevitabilidad de lo azaroso y determinante, y tenemos aquellos fundados en la elección, decisión y en las ganas de que sucedan y se realicen. Dentro de estos últimos, junto a la pareja amorosa, está la amistad como aquella relación singular que cualquier ser humano con suerte tiene la posibilidad de experimentar.

Están quienes dicen que los amigos son la familia que uno elige: condensa lo inevitable de la filogénesis y la libertad de la elección. Deleuzze y Guatari dicen, a propósito del amigo, que es "una presencia intrínseca al pensamiento, una condición de posibilidad del pensamiento mismo" (Deleuzze y Guatari, 1993). Es que los amigos nos determinan con sus presencias. Es un lazo que se forja a lo largo del tiempo basado en ese preciado valor llamado confianza. Una amistad se alimenta solo de momentos y complicidades que sólo la particularidad de cada vínculo moldeará a su forma. Los amigos son personas capaces de rescatarnos del peso de la rigidez y de lo determinante que el ser miembro de un linaje familiar implica y se convierten en aquellos compañeros con quienes cierta cuota del respeto violado por el lazo fraterno será resarcido y será la base de la posibilidad del vínculo, va a primar por sobre todas las cosas. Son los confidentes con derecho a veredicto ya que reúnen lo mejor que pueda tener un juez imparcial: amor y distancia. La única condición para que este amor viva es la correspondencia y la lealtad. A diferencia de los amores familiares, el amor a un amigo no ata, no pesa ni mortifica. Es un amor que hace todo más fácil y más lindo.

No obstante, no hay relación humana que no esté sujeta a los vericuetos del azar. Esta será quizá la única certeza con la que contemos. La determinación se hace patente cuando el diablo mete la cola. Cuando algo del contrato se quiebra emergen los más dolorosos sentimientos. Las traiciones, las decepciones son también parte de la vida y las amistades por supuesto no están exentas de ellas. Cuando el tiempo haga lo suyo y todo se clarifique, se dará paso a la reflexión, aquel campo donde lo que vale es la libertad de conciencia, que invita a concluir y ayudará a seguir eligiendo.

Dijimos que la determinación se hace presente cuando el diablo mete la cola, y en algunos casos las reflexiones pueden ser obsoletas, la conclusiones son imposibles de abordar y el dolor se hace eterno. Ahí cuando entendemos con un poco más de crudeza que los amigos son personas y, como tales, no están libres de los sinsentidos del destino.

Dentro de esta cosa absurda llamada vida, la amistad pareciera ser un milagro: cala hondo con un amor puro, rescatando lo más infantil y adolescente que hay en nosotros; hace todo un poco más liviano, gracioso y divertido. Cada amigo es único, irrepetible e inolvidable; son seres imprescindibles; la vida sin ellos sería difícil de ser pensada. ¿Qué es la amistad, si no un milagro?

Summer Finn

miércoles, 18 de julio de 2012

Ana no duerme: "3", de Pablo Stoll


Cada película que tenga como protagonista a un adolescente genera la emergencia de sentimientos y sustantivos de lo más diversos y encontrados: simpatía, compasión, alivio, gracia, frescura, inocencia, creatividad, novedad, descubrimientos, sorpresas. Todas estas cosas son las que se ven en Ana, adolescente uruguaya de 18 años que está terminando el colegio secundario, que atravieza sus primeras experiencias sexuales y que, de a poco, crece, con todo el peso y la densidad que conlleva dejar de ser, de a poco, una niña.
Ana se queda libre del colegio, a pesar de su inteligencia privilegiada; fracasa como arquera en el equipo de handball escolar y nacional, a pesar de su talento; fuma, se emborracha y se acuesta con un noviecito ebrio que vomita luego de una noche un poco cruel. Pero a ella, parecería, que nada le importase demasiado.
Es que Ana está creciendo y las coordenadas que le tocan no son las más favorables (¿hay coordenadas favorables para un adolescente?). Es la única hija de un matrimonio divorciado. Su padre es dentista, amoroso, atento... y meláncólico. Y ella es una muchachita que no halla el modo armonioso de relacionarse con este padre que intentará abordar a su hija que está creciendo y, poquito a poco, deviniendo mujer. Es que su propia pareja lo rechaza, sus compañeros de fútbol lo excluyen y pareciera como si, solamente, sus plantas y sus viejas pacientes lo escuchasen o, al menos, se dejasen cuidar por él un rato. Ana tiene una madre compinche, austera y.... melancólica, que se encuentra cuidando a una vieja tía internada en una unidad de terapia intensiva. Es la única familia de la señora convaleciente, pero pareciera que el hospital fuese el único lugar donde se siente alojada. Va a cuidarla absolutamente todas las noches y Ana se queda en su casa, sóla, probablemente haciendo de las suyas.
Las coordenadas no parecen fáciles para ninguno de los integrantes de este triángulo. Pero “Anita” es joven, está creciendo y se expone. Su casa y su familia se caen a pedazos; su vida escolar y su vida deportiva también. Sus relaciones sociales penden de un hilo. Su incipiente sexualidad irrumpe como un sinsentido (¿acaso hay sentido cuando de sexualidad se trata?). Pero ella lo busca. Persigue muchachos por la calle, invita a su noviecito a la casa en esas horas en soledad que pasa, le importan un bledo los esfuerzos de sus compañeros de curso por lograr acceder al tan deseado viaje de egresados. Ana descubre el rock y es amante de un chico mayor con novia, con quien, probablemente, comience a elaborar algo de lo que signifique ser una mujer. Es que Ana no duerme y Ana quiere jugar, todo al mismo tiempo: la transición es patente y la cita del maestro Luis Alberto más que pertinente.   
Resulta que este padre cincuentón melancólico, muy a pesar de los modos vergonzantes que elije para dirigirse a su hija adolescente, logra abrazar, apaciguar y contener algo de las confusiones y del caos del mundo de su hija y de la casa de ésta y de su ex mujer. No obstante, pareciera que lo que se le escapa -en el fondo, segundo objetivo de este señor- fuera el misterio de esta última quien, entre salas de esperas y partes médicos, vuelve a creer en su capacidad de gustar y de enamorarse.



El desenlace responde a una lógica verosímil vital, y no así a la de una película (de la cual destaco la banda sonora): a todos los intentos fallidos de Anita, le sumamos que su mejor amiga consigue otra mejor amiga, y su novio consigue otra novia. Pero, en este camino logra reencontrarse con un padre amoroso y feliz consigo mismo al cual dejar de subestimar, a una madre revitalizada y a una casa renovada que habilitará a estos fragmentarios integrantes de una anárquica familia de estos tiempos a comer pastas los tres juntos un domingo al mediodía. Y bailar, y reir, y crecer, con las grietas, el dolor, la emoción y la audacia que todo eso conlleva.


Summer Finn

martes, 17 de julio de 2012

Del Solipsismo absoluto a la soledad en la multitud



Es 1967. El mundo occidental se encuentra conmovido por la aparición de fenómenos sociales y culturales que derrumban definitivamente los marcos que estructuraban las relaciones sociales hasta el momento. La revolución sexual y cultural de los jóvenes, la psicodelia y la experimentación con drogas, la consolidación del rock como expresión masiva configuradora de modelos de identidad caracterizan estos doce meses conocidos como “el verano del amor”. En el medio de esta efervescencia cultural, político y social, una persona pretende escapar y no encuentra mejor manera de hacerlo que dándole vida a una de las novelas paradigmáticas de la literatura solipsista y existencialista. Es Georges Perec y encuentra en “Un hombre que duerme”  la mejor manera de caracterizar la desidia y la soledad absoluta de un personaje que pretende escapar de todo aquello que tenga que ver con la vida cotidiana, con el mundo social y con cualquier tipo de responsabilidad como ser humano.
Pasaron 27 años y estamos en 1994. Lejos quedaron las pretensiones de cambio político, social y cultural. Derechas e izquierdas tradicionales observan cómo, en los albores de un nuevo siglo, sus diferencias se evaporan y se vuelven menos importantes que su principal similitud: la incapacidad para convertirse en un modelo político, económico y social que contribuyan al bienestar de las cada vez más complejas sociedades posmodernas. La opacidad, la hibridez caracteriza el mundo de las relaciones sociales y culturales. Las distintas esferas artísticas no encuentran respuestas y se ven condenadas a la repetición y a pertenecer al entramado universo de la industria cultural de la era de la imagen, en la cual el éxito se mide en ventas y desaparece súbitamente, sin llegar nunca a satisfacer. En este contexto, no es extraño que haya aparecido la primer novela de Michel Houellebecq, “Ampliación del campo de batalla”, en la cual exploraba, en primera persona, la tormentosa vida de un ejecutivo informático, totalmente aburrido de su existencia, con un sentimiento que oscilaba entre la insatisfacción y la apatía en relación a su vida sexual y entregado a la monotonía y a la dejadez que lo acompañarían el resto de sus días. Quizás, no es tan novedosa la caracterización de antihéroe que atribuye Houellebecq a su personaje principal. Sin embargo, la manera en que la historia es guiada por la desesperanza del protagonista en el contexto de su vida cotidiana crea un ambiente desolador que muestra claramente las intenciones de Houellebecq en la novela.  
Dos novelas y dos contextos políticos, sociales y culturales completamente diferentes. Sin embargo, esto no impide la particular conexión que se puede encontrar entre ambas historias. Al contrario, la posibilidad de pensar el personaje de “Ampliación del campo de batalla” como el mismo que protagoniza “Un Hombre que duerme” aparece completamente latente para aquel lector que haya encontrado en su camino las dos historias. Quizás ni siquiera Houellebecq haya leído a Perec para escribir su primer libro (aunque sea bastante improbable que haya sido así), pero la gran cantidad de relaciones encontradas abre camino al juego literario y a la imaginación.
El título de la novela de Houellebecq es el primer camino que funciona como puerta imaginaria al mundo de Perec. ¿Cuál es el campo de batalla que se amplía en el texto de houellebecqsiano? ¿De qué manera se relaciona con “Un hombre que duerme”?
El personaje de Perec se halla inmerso en un conflicto, que progresivamente deja de ser con el mundo exterior, para librarse en la propia interioridad del sujeto. Evadir la sociedad, sus reglas e instituciones, la interacción con cualquier persona u objeto que sea parte del afuera. He aquí la intención de un ser cuya pretensión es aún mayor: vivir en el mundo de la pura percepción, la sensación absoluta que cancele los artificios del universo construido por los humanos. El personaje construido por Houellebecq tampoco abandona la lucha contra sí mismo. En este aspecto se genera una marcada continuidad con el texto de Perec, en tanto el protagonista constantemente se encierra en su interioridad, sumergiéndose en un clima derrotista y de resignación, que termina siendo su única compañía a lo largo de todo el relato. Pero hay otro elemento con el que convive el antihéroe que conforma Houellebecq, el cual contribuye a su perturbación y desesperanza: el mundo exterior. El escenario que plantea remite a los cambios que se han producido en las sociedades occidentales en las últimas décadas. Modificaciones que en la historia se orientan fundamentalmente a las nuevas formas de organización del trabajo empresarial y las relaciones que se establecen entre las personas en ese marco. El personaje de “Ampliación del campo de batalla” es ejecutivo de una empresa de servicios informáticos, tiene un sueldo bastante alto con el que no sufre penurias económicas y un status social importante en la compañía. Sus compañeros de trabajo se caracterizan por ser personas completamente enfocadas en un empleo que probablemente nunca aporte nada a modificar sus vidas y que para Houellebecq se acercan a lo miserable. Aburridos, estructurados, amargados, pero celebratorios de ese micromundo empresarial en que viven. Este es el universo del personaje de Houellebecq y frente a él, esboza una limitada resistencia en algunos pasajes de la historia, pero durante muchos otros una completa desidia y desconfianza frente a cualquier posibilidad de cambio. Sin embargo nunca puede evadirse ni escapar totalmente de la realidad en la que está sumergido. La batalla se amplía, se libra en todos los frentes. El enemigo puede ser él mismo, pero también los demás, el mundo social, la posmodernidad que debilita las fronteras. Pero lo que sabe por sobre todas las cosas es que, de cualquier manera, la derrota está asegurada.
Por lo tanto, tenemos un personaje que en 1967 decide aislarse de todo aquello que lo rodea, pretendiendo llegar a lo más profundo de su subjetividad y  su percepción. En 1994, el mismo personaje convive en sociedad, aunque por cierto antes que convivir su misión es sobrevivir y ni siquiera la reclusión en sí mismo es suficiente para sobrellevar los males de la sociedad que lo oprime. ¿Qué pudo haber sucedido en el camino para que este hombre deje de dormir y amplíe su campo de batalla hacia su exterioridad? Perec revela parte del asunto: progresivamente el solipsismo ya no es una respuesta, probablemente nunca lo fue y era solo una manera cobarde de evitar la confrontación con la calle, el trabajo, las personas, la ciudad. Finalmente, el narrador le dice al protagonista de la historia “No has aprendido nada, solo que la soledad no enseña nada, que la indiferencia no enseña nada: era un engaño, una ilusión fascinante y traicionera”, revelándole lo inútil de sus esfuerzo por evadirse del tiempo y el espacio. De esta forma, Perec llega a la máxima fundamental de su historia: la imposibilidad del solipsismo absoluto. Entonces, quizás este personaje regrese a la sociedad en 1994, en la historia de Houellebecq. Sin embargo, el retorno no puede ser más amargo y decepcionante. Es tal la desolación con la que se encuentra, que uno de sus principales postulados es la imposibilidad de relaciones humanas que no sean más que un mero intercambio de información.
En consecuencia,  la pregunta final que podría realizarse el personaje luego de 27 años de caminar entre la niebla del solipsismo y el ruido de la multitud es qué hacer, en tanto evadirse es imposible, pero también lo es lograr relaciones reales y libres de todo interés mercantil, empresarial, que no concluyan en un vacío existencial, en el que los seres terminen viviendo cómodamente, sacrificando su posibilidad de “ser”.  Al parecer este antihéroe no encuentra una resolución que lo saque del hastío y de la nada en un lugar que parece ofrecer todo. Pero, ¿cómo va a encontrar el personaje una respuesta que nosotros mismos no podemos darnos?


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domingo, 15 de julio de 2012

- delicatesen -

- Yo viví en Francia. Conocí a Picasso.
- ¿De veras?
- Mierda, ya lo creo. Un tío cojonudo.
- ¿Cómo lo conoció?
- Llamé a su puerta.
- ¿Se molestó?
- No, no se molestó en absoluto.
- Hay gente a la que no le gusta Picasso.
- Hay gente a la que no le gusta nadie que sea famoso.
- Y hay gente a la que no le gusta nadie que no lo sea.
- La gente no cuenta. Yo no mearía en un agujero por ella.
- ¿Qué dijo Picasso?
- Bueno, yo le hice una pregunta, le dije: "Maestro: ¿qué tengo que hacer para mejorar mi trabajo?"
- ¿Contestó con tópicos?
- No, se enrolló bien.
- ¿Qué dijo?
- Me dijo: "Mira, yo no puedo decirte nada sobre tu trabajo. Yo qué sé. Tu trabajo te lo tienes que hacer todo tú solo. Pasa de los demás".
- Ja.
- Sí.
- Está bien.
- Sí. ¿Tienes una cerilla?
Le pasé las cerillas. Su cigarro se había apagado.
- Mi hermano es rico - me dijo -, pero no quiere saber nada de mí. No le gusta que yo beba. No le gusta que pinte.
- Pero su hermano no ha conocido a Picasso.
Maurice se levantó y sonrió.
- No, no ha conocido a Picasso.
Se alejó por el pasillo hacia la parte delantera del almacén, con el humo del cigarro subiéndole por encima del hombro. Se había quedado con mi caja de cerillas.

Charles Bukowski, Factotum


S.F

Absolutamente posmoderno



Fragmento de "Ampliación del campo de batalla" de Michel Houellebecq. Manifiesto no deseado de rendición ante la irremediable inestabilidad de nuestro tiempo:


"(...) El mundo se uniformiza ante nuestros ojos; los medios de comunicación progresan; el interior de los departamentos se enriquece con nuevos equipamientos. Las relaciones humanas se vuelven progresivamente imposibles, lo cual reduce otro tanto la cantidad de anécdotas de las que se compone una vida. Y poco a poco aparece el rostro de la muerte, en todo su esplendor: Se anuncia el tercer milenio."


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