viernes, 3 de octubre de 2014

It´s only rock and roll, pero no es razón suficiente: crónica de una muerte anunciada.

El agosto último fueron liberados los integrantes de la banda de rock Callejeros en el marco de una libertad provisoria, con no sé cuántas salvedades, esas cosas de la justicia que sólo los abogados son capaces de tolerar, manipulaciones temporales, “derecho procesal” le llaman, que no hacen más que ver boyar de puerta en puerta a quienes persiguen, del modo que haga falta, coquetear con la libertad.
Los vericuetos legales así funcionan. Más vale remitirse a la problemática de Josef K para más detalles, donde un sesudo Kafka ilustrará como pocos lo absurdo de la lógica del poder judicial, ubicando al lector en estados absurdos,  graciosos de a ratos, angustiantes. Analizar y tomar en serio dispositivos de esta calaña, que no hacen más que perpetuar los tiempos de acuerdo a la conveniencia de turno, no hará más que aumentar la desidia ante un imposible lógico, tan parte de lo humano y “más viejo que la injusticia”.
Omitiendo las cuestiones estructurales, este caso tal vez por estar tan lleno de paradojas, de negligencias, de muertes jóvenes no deja de interpelarnos a quienes fuimos y somos parte del mundo recitalero, rocanrolero. En este mismo sentido, de acuerdo al desarrollo de los hechos mismo,  la postura adoptada por los integrantes del grupo Callejeros y de una fracción de los seguidores de la banda no deja de llamar la atención: cada decisión, cada declaración y postura tomada por el grupo suscito indefectiblemente una incitación a  reflexionar en torno a lo que como sociedad entendemos por  responsabilidad, cuál es su alcance con respecto al grupo. Interrogantes tales como por qué volver a tocar luego de la tragedia, por qué sí o por qué no, por qué inocentes o por qué culpables –sólo por enumerar algunos de los hitos éticos que le compelieron a Callejeros- no fueron más que inevitables transcurrido cierto tiempo luego de Cromañón.
Preceptos tales como "obra sólo de forma que puedas desear que la máxima de tu acción se convierta en ley universal" son marcas de fuego para las morales modernas occidentales. Tal imperativo, una orden que valga tanto para uno como para los otros implica por lo menos identificarse con éstos no sólo para garantizar el buen obrar sino para extender el alcance de estas máximas  hasta aquellas situaciones en que estas reglas del buen obrar intenten ser franqueadas y, consecuentemente, para legitimar los castigos subsiguientes cuando la transgresión haya sido efectivamente un hecho. Fuimos espabilados hace ya tiempo, y casi como jugando a los ejercicios lógicos, que si estas máximas fueron necesarias ser explicitadas –llámese máxima, llámese mandamiento- es porque es-ya evidente en los sujeto la existencia de lo que Freud llamó masoquismo, pulsión de muerte, malestares en la cultura, todos ellos nombres de la tendencia humana a la desintegración, de regresar hacia lo inorgánico tanto del sí-mismo como del todo social.
No es poco ser anfitrión de un evento donde mueren casi dos centenares de tus invitados, entre ellos miembros de tu propia familia. En este sentido cabe preguntarse qué sucede en el fuero interno de cada uno de los músicos de Callejeros cuando, en tanto miembros de una sociedad occidental en pleno siglo XXI, “el hacer de su máxima una ley universal” se impone en la conciencia inevitablemente, marcada a fuego, como imperativo y orden básica del obrar en sociedad. El hecho de autoproclamarse inocente y víctima de la tragedia acontecida en un concierto convocado por el propio grupo, invita a someter al análisis ciertos eventos que no resultan menores si lo leemos en clave a lo sucedido el 30 de diciembre de 2004. En esta suerte de “Arqueología de Cromañón” tal vez se logre problematizar, en el mejor de los casos conmover, algo de una posición (a la cual aun no es posible nombrarla) que huele a teen spirit en palabras de Kurt Cobain, de proclamar una inocencia a ultranza e intentar perpetuar un lugar de víctima que de a ratos se torna insostenible, incomprensible.

Crónica de una muerte anunciada
El 30 de diciembre de 2004 se incendia República de Cromañón, un lugar donde tocaban bandas de rock, nuevo en la escena under, sitio que había abierto sus puertas ese mismo año. Digamos que Cromañón, Callejeros y la tragedia son el síntoma de una época, tantas veces hemos escuchado decir “le podía haber pasado a cualquiera”, “todos los lugares eran un desastre”. Si bien estas afirmaciones son ciertas, digamos que ante la suma de 194 víctimas fatales dentro de las cuales alrededor del 90% son personas menores de 30 años, conformarse con tan laxo análisis y ese puñado de frases hechas nos convierten, al menos, en mediocres e injustos para con los muertos. 
El 28 de diciembre del año anterior Callejeros tocó en un Cemento desbordado por la multitud que acompañó a la banda a cerrar el 2003, año de consagración en la escena under, a la vez que se le daba la bienvenida a un año que ya se sabía prometedor. El verano de 2004 los verá brillar en el escenario del Próspero Molina en el marco del Cosquín Rock. Volviendo un poco a Cemente: esta meca del rock llevó a  Omar Chaván al éxito dentro del mundo empresarial del rock under y la contracultura. Cemento representó durante casi dos décadas la plaza por la que toda banda de rock que se jactara de tal debía pisar. Digamos que esta popularidad trajo aparejada, como todo aquello que funciona y rinde en este mundo, un incremento significativo del capital de su dueño. Como la mayoría de los empresarios Omar Chaván, en detrimento de invertir al menos parte de ese dinero para hacer de Cemento un lugar habitable, se preocupó más bien por ampliar su patrimonio inmobiliario y expandir el imperio del rock hacia lo que prometía ser la nueva meca, en el barrio de Once.
El 15 de abril de 2004 República de Cromañón se inaugura y es Callejeros el grupo encargado de dar en puntapié inicial. Para estas fechas “Una nueva noche fría” ya sonaba en cuanto radio sintonicémonos. El viernes 28 y el sábado 29 de mayo, Callejeros repite fecha en Cromañón, y hace  por primera vez un doblete;  el 30 y 31 de Julio de ese mismo año se presentan en el Estadio de Obras Sanitarias, grabando su primer disco en vivo; el 5 de diciembre tocan en la Plaza de los Dos Congresos para una multitud en el marco de los “2KM por el SIDA”; el 18 de diciembre tocan por primera vez en un estadio de fútbol, escenario consagratorio para cualquier grupo de rock argentino. El público rondará los 40000 espectadores.
Cerca del 20 de diciembre, se anuncia  en una suerte de off de record, un cierre de año, de etapa, en República Cromañón. Representaba quizá soltarle la mano a quién, hasta entonces, tendrían que agradecerle si no todo, sí mucho de lo alcanzado hasta allí. Las fechas son en total tres y en cada una se tocaría, completo, el disco correspondiente: primer fecha, 28 de diciembre, Sed; segunda fecha, 29 de diciembre, Presión; tercera fecha, 30 de diciembre, Rocanroles sin destino, último disco de Callejeros. Prometían ser tres noches de verano únicas, ideales para despedir el año entre amigos y acompañar a una banda que por entonces despertaba pasiones de las buenas con la energía que caracteriza a esa semana entre navidad y año nuevo.
Tanto el 28 como el 29 de diciembre fueron noches extrañas. Con el diario del lunes supimos que los preludios de ambos conciertos fueron idénticos al de la noche del 30: anuncios de Omar Chavan anticipando que “vamos a terminar como el shopping de Paraguay” (en referencia al incendio sucedido en el supermercado Ycuá Bolaños el 1 de agosto de 2004 en la ciudad de Asunción del Paraguay), exaltación desmesurada del público, advertencias sobre el uso de la pirotecnia, sobrepoblación en un lugar colapsado por donde se lo viese.

La tragedia, paredón y después
El 30 de diciembre sucedió lo que tras recapitular la sucesión de los acontecimientos al menos en su vertiente más superficial podríamos calificar de inevitable: incendio de una media sombra que liberó como producto de la combustión de los componentes el monóxido de carbono que terminó con la vida de 194 personas -muchos de éstos fallecidos en el acto, muchos durante los días y meses subsiguientes a la tragedia, otros se quitaron la vida y hasta hubo muertos de tristeza-, que dejó unos cuantos centenares de heridos y otros miles de sujetos que, presentes o no esa noche, conservan, quizá intacta, en la memoria lo acontecido aquella noche en Once.
Más allá de las culpas que ya la justicia se encargó de esclarecer – estemos de acuerdo o no con la investigación y/o la sentencia- son eufemísticamente interesantes las posturas tomadas por los imputados en la tragedia. Por un lado tenemos un Chaván místico, unos políticos que aun dan las gracias por los tres generosos años de prisión a los que fueron condenados; la mano derecha de Omar Chaván también cumple la pena en prisión. Por otro lado, están los integrantes del grupo -músicos, escenógrafo y manager- con penas que varían entre los 3 y los 18 años. Entre ellos figura el baterista Eduardo Vázquez condenado a prisión perpetua por el asesinato de su mujer Wanda Taddei, a quien prendió fuego y murió tras unos días de agonía en un hospital porteño.
En agosto de 2014 quedaron excarcelados todos menos Vázquez, naturalmente, y el manáger de la banda Diego Argañaraz a quien se le ratifica la pena en tanto autor intelectual de la tragedia, en la medida en que oficiaba como “cara legal” del grupo. ¡Tantas veces se habrá reflexionado a propósito de la responsabilidad judicial que le toca al manáger! probablemente haya sido del grupo de amigos el único que no sabía tocar ningún instrumento. Esta inocencia original no le exime de lo que vino luego, ya que Callejeros traspasó los límites de “la banda de barrio”, y de eso también hay que hacerse cargo. Y digamos que, así como Argañaraz no tiene la posibilidad de elegir  ver si este traje le cabe o no ya que la justicia ya habló, el resto del grupo queda en evidencia ante algunas de las posturas tomadas.
Si bien la vuelta a la escena pública fue de la mano de Callejeros en un Chateau Carreras explotado y repleto de una necesidad de reparación, el regreso de Fontanet se consolidó mediante un nuevo proyecto musical, “Casi Justicia Social”, tan cargado de significantes, tan vacíos de sentido. Algo en torno a la Justicia quiere decirse pero no queda claro qué, más bien quedamos sumergidos en una laguna semántica. Quizá ni sus fundadores saben bien qué quisieron decir con esto: ¿la justicia para el pueblo es injusta?  ¿la justicia es “casi” peronista? ¿algo en torno a la justicia no se estaría realizando? por arriesgar algo en un juego de asociación libre. 
La situación es compleja, no todos los días se es víctima y victimario de un acontecimiento tan trágico como lo que pasó Cromañón. Los integrantes de Callejeros han perdido a muchos familiares y amigos esa noche y tal vez sea  esta la razón por la cual se ha desechado en todo momento toda invitación a la reflexión.
En su texto sobre La negación Freud desarrolla la importancia fundamental que tiene el juicio en la medida que será el mecanismo mediante el cual se atribuirá o no consistencia real aun suceso:”la función del juicio tiene, en lo esencial, dos decisiones que optar. Debe atribuir o desatribuir una propiedad a una cosa, y debe admitir o impugnar la existencia de una representación en la realidad” (Freud, 254). Digamos que esta función se realizará en dos tiempos: para poder darle consistencia real a una representación ésta debió haber sido dotada de atributos en un tiempo anterior sino, directamente, no existe.
En todo este tiempo las preguntas de quienes consideran que las decisiones y acciones de los anfitriones de esa noche están en juego en lo acontecido giran en torno a algo que podría condensarse en la siguiente sentencia: no se sabe si el autoproclamarse inocente a ultranza responde a que algo de la inscripción de la responsabilidad nunca ha tenido lugar en las subjetividades de los músicos de la banda y del grupo en general o si, a pesar de esta inscripción, en el segundo tiempo del juicio es más beneficioso mirar para otro lado. En caso de ser la primera, Freud ha llamado a este fenómeno desestima, el no-lugar de un juicio, su no-inscripción en el aparato psíquico. Este es el mecanismo fundamental de la psicosis. En caso que sea la segunda, tendríamos otra defensa en juego, la escotomización, la cual se caracteriza por un recorte de la realidad, borrando de la percepción todo lo que no se reduzca a ese recorte. Vale agregar un “inciso b” a este segundo caso, ya que la defensa en juego podría no ser la escotomización sino la desmentida, defensa caracterizada por el desecho de un juicio pero que, en el espacio vacío que este desecho deje vacante, emergerá un sustituto. Este último es el mecanismo típico del fetichismo y de la perversión en sentido amplio.   

Lo cierto es que ante un saldo de 194 víctimas fatales mirar para otro lado es por lo menos obceno; pensar que nada de sí-mismo en tanto grupo convocante tiene que ver en lo sucedido es negador; refugiarse en las muertes cercanas como argumento para evitar todo tipo de instrospección es cobarde. Obcenidad, negación y cobardía resultan en suma una falta de respeto para los sobrevivientes, para los amigos y familiares de los muertos, para las nuevas generaciones que escuchan a la banda y enaltecen el mito. La justicia ya habló y nada cambiará los resultados, los nombres de los culpables o de los inocentes. Esto se trata de otra cosa. Tiene que ver con una ética y una actitud del sujeto humano en relación con la humanidad toda. Si acordamos vivir bajo un imperativo que promulgue que la acción debe valer tanto para uno como para los otros, Cromañon merece una reflexión por parte de las conciencias que hicieron posible esta tragedia. Ante 194 muertes la hipocresía no puede ser un resultado posible. Diez años después puede ser un buen momento para dejar de expulsar culpas y responsabilidades y ver qué hemos hecho con nuestras decisiones y sus alcances.    

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