“Racismo de Estado: un racismo que una sociedad
va a ejercer sobre sí misma, sobre sus propios
elementos, sobre sus propios productos; un racismo
interno,
el de la
purificación permanente, que será una de las dimensiones
fundamentales de
la normalización social”.
M. Foucault, filósofo francés.
El 14 de noviembre París volvió a ser víctima de un atentado
terrorista. El islamismo operó con la espectacularidad de siempre, como salidos
de una película de Tarantino: viernes a la noche, cinco atentados en simultáneo
en la ciudad más visitada del mundo dejando como saldo más de cien muertos y
unas cuantas decenas de heridos. Es curioso vivir este episodio estando a una hora de avión del lugar, siendo Francia
un país contiguo a este, fundamentalmente porque, como nunca antes, me siento
ajena al lugar en el cual estoy; aparecen las primeras “diferencias
culturales”, aunque más bien son históricas en el sentido más amplio.
Son tantas las sensaciones y pensamientos que es difícil
establecer por dónde empezar. Ante todo
por el enorme respeto a los muertos y heridos y, en segundo lugar, exclamando
el repudio total a atentados, bombardeos y cualquier tipo de ataque contra la
vida de inocentes. En eso supongo que estaremos todos de acuerdo. Ahora la
cuestión estará en definir qué entendemos las personas por “acto repudiable” y
el valor de la vida humana, según el caso que corresponda.
Europa no tiene la cabeza tan abierta como toda la vida nos
contaron. Brota una enorme solidaridad para con Francia, masiva y gregaria, pero
escasean análisis y preguntas sobre los móviles de los hechos; mucha consternación por los 128 muertos del viernes, pero no hay menciones sobre
los ataques a Siria, la guerra de Argelia, la tradición colonialista francesa
(y europea en general), suponiendo que para cada exigencia
hay una autocrítica. Se habla mucho de la paz en el mundo. Son vegetarianos y
los perros viajan en subte. Pero pareciera
que aquí sólo se lloran las muertes provenientes de un lado del mundo. La sociedad del consumo ecológico apoya abiertamente a
una de las partes de una guerra que ya está declarada, desde hace tiempo. El
rol de los Estados Unidos en tanto socios fundadores del Estado Islámico es un
misterio para estas costas. “Es muy grave lo que pasó”, se dice, como
si las víctimas de Siria, Irak, Palestina, Pakistán no fuesen una situación
grave; “Unidos por el sentido compartido de la humanidad”: me pregunto cuál
será ese sentido y qué humanos son la humanidad. ¿El sentido de la humanidad son la libertad,
la igualdad y la fraternidad, tan de moda por estos días? Libertad, Igualdad y
Fraternidad son, desde su base, facultades y reivindicaciones burguesas. La
mayoría de nosotros, si fuésemos contemporáneos a la Francia de la guillotina, no seríamos ni precursores ni destinatarios de estos derechos; no estamos
invitados a esta fiesta los que vendemos nuestra fuerza de trabajo en el
mercado. La libertad, la igualdad y la fraternidad se inventaron para que la
monarquía absoluta de Medioevo ceda el poder económico a la incipiente burguesía
hambrienta de libertad política y comercial. Los iguales y los hermanos son
ellos, frente a la mano invisible del Estado Liberal y en el marco de una sana
competencia. Tenemos refugiados, a África, a Palestina, a Siria, Medio Oriente, América Latina, Haití, a los hipotecados europeos. ¿Cabe alguna
duda en que no somos ni todos iguales, ni igual todos de libres, ni mucho menos
“hermanos”?
Generalizar nos hace caer en trampas peligrosas. De lo que se trata es de establecer la operatoria de cierta lógica que opera en buena parte del mundo
occidental (en América también de hecho), comúnmente llamada
“eurocentrista”. Lógica que, una vez
más, funciona gracias a agentes que la mayoría de las veces nada tienen en
común con la bandera que defienden. El mundo desde que es mundo está perdido en
sus luchas, guerras, competencias, avaricias, maldades, sadismos, dictaduras,
torturas, sometimientos, suplicios. Si algo nos enseñó la modernidad, tan
parisina por cierto, es que al mundo lo construimos los hombres, somos nosotros
quienes le damos sentido. Es por ello que vale cada segundo que nos tomemos
para reflexionar, analizar, dar vueltas las situaciones para ser capaces de
entender, con la limitada, seleccionada y tergiversada información que
contamos, situaciones que de por sí son incomprensibles con categorías
dualistas del tipo “causa-efecto”. Detrás de cada acción bélica hay intereses
que nos superan a unos niveles que ni siquiera podemos imaginar; si lo que
queremos es la paz en el mundo, comencemos por no defender las banderas de
naciones en guerra; si lo que queremos es a la humanidad unida, entonces
lloremos todas las muertes e injusticias humanas, no sólo las que suceden en
las capitales occidentales. Se trata de ser un poco más coherente entre lo que
uno piensa, dice y hace.
Muchas veces se lee por ahí que “sólo el amor puede salvar
al mundo”. En este momento no parecen
haber muchas posibilidades ante esta violencia organizada. Sólo nos quedan los
pequeños gestos, los gratos momentos con seres queridos, a veces con
desconocidos, que nos salvan de la miseria y que nos recuerdan que son el
sentido para poder continuar. Ojalá algún día entendamos, de verdad, que todas
las personas funcionamos más o menos de la misma forma y que la mayoría de
nosotros tenemos al menos un ser querido en el mundo por el cual continuar. El
día que podamos ver al de al lado como esa persona, que tal vez no sea querida
por nosotros pero probablemente sí lo sea para alguien, quizás ahí pensemos dos
veces antes de legitimar las aberraciones que, queriendo o no, hacemos posible,
hechos ideados, planeados, y ejecutados por hombres y mujeres como nosotros.
Esto ya lo dijo Kant, ya lo dijo el cristianismo en sus mandamientos. Pero no
podemos dejar de pensar en que esto es posible porque, si no, estaríamos
muertos de verdad.
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