Para Carola: Bienvenida al mundo.
Lo
visto y lo oído no son poca cosa para los seres humanos. Los oídos son el único
agujero del cuerpo que no podemos cerrar: semejante premisa abre un, por lo
menos, interesante abanico de conclusiones al respecto; por el lado de la
vista, ésta ya vale por sí misma desde un principio si se considera la
importancia de la imagen a la hora de estructurar el psiquismo. La posibilidad
de coordinar un cuerpo, especialmente durante el primer año de vida del cachorro
humano se logra, en gran parte, gracias a la apoyatura de quien mira –el
pequeño niño- en la imagen que le devuelven los otros, espejos. Esta imagen que
devuelve “el espejo” (espejo simbólico y por qué no espejo real también) no
solo dota al pequeño de la idea de un “sí-mismo” sino que genera una ilusión de
completud en un cuerpo descoordinado, fragmentado: cuerpo que todavía no logra
ponerse de pie, ni caminar; que no controla los esfínteres, que aun no habla,
que demanda gritando, sacudiéndose.
Una
pauta publicitaria del Instituto Nacional de Cine en Argentina (INCAA) decía
que un lugar sin cine era como una casa sin espejos. Sin destacarse por lo
brillante la pauta intenta dar cuenta de cómo, tanto para un caso como para el
otro, el común denominador en juego está en el hecho que la imagen –ya sea la del
espejo, ya sea la del cine- vale por la impronta de ilusión que aporta a la
existencia humana, ilusión indispensable para llevar adelante la vida. Sin
imagen no hay totalidad –si bien ficticia y siempre imperfecta- pero ilusión
necesaria para continuar.
El
lugar de la imagen en la expresión artística de los seres humanos data desde
que el hombre fue capaz de representar o imitar mediante un elemento tercero
cierto gesto, actitud o sentimiento. Desde aquí y en adelante, se delinearon a
partir de estas expresiones prácticas cada vez más sofisticada: pintura,
esculturas, artesanías; con ello la arquitectura, la matemática; la estética.
Con la modernidad llegaron la imprenta y la fotografía. Más tarde el cine. Entrado
el siglo XX, las vicisitudes del capitalismo, las nuevas formas de producción,
la nueva relación instalada a partir del Estado entre el obrero y el consumo
consolidan la instalación de cierto artefacto en la vida doméstica de las
personas: la televisión. Las conclusiones al respecto son nuevamente
innumerables. En los últimos años, desarrollos tecnológicos en relación a este
artefacto, que es el rey del hogar indiscutido desde hace décadas, ha
trascendido ya su rol primero de transmitir señales televisivas para comenzar a
portar otras funciones, como por ejemplo reproducción de videos (primero VHS,
luego DVD, Blue Ray), hacer las veces de pantalla de computadora, etc.
La
mutación de la caja boba a la pantalla plana que aplana trajo de la mano, ya en
el umbral del siglo XXI, a la tecnología High Definition, Alta Definición. Sus
usuarios destacan -entre otras cosas- la calidad de los detalles que el HD
posibilita con respecto a las facciones y movimientos de los ídolos deportivos
o musicales; como contraparte, también sobresalen con mayor detalle
desperfectos técnicos de muchas películas o, sin inmiscuirnos demasiado en el
mundo de los defectos, sí se patentizan crudamente los rebuscados maquillajes y
máscaras que se utilizan habitualmente para el cine fantástico o de ciencia
ficción cosa que antes, sin Alta Definición, permitía al detalle pasar
desapercibido y la ilusión de realidad de esos personajes inverosímiles no era
ni siquiera puesta en cuestión. En fin,
nadie ni nada son perfectos. Y mucho menos la imagen que, insistiendo,
es ficción desde el vamos.
En
este mismo sentido, vale mencionar los enormes desarrollos en materia de
sonido. Desde que el cine dejó de ser mudo, pasando por la imágenes blanco y
negro (en fotografía, cine y TV) hasta nuestros días, podría decirse que la carrera
audiovisual es una constante superación dialéctica entre los dos elementos en
juego, que desde hace un tiempo conforman una rama del arte con nombre propio y
que ya es imposible pensarlos por separados. “Lo audiovisual” es una entidad
unívoca y es impensable un desarrollo tecnológico de la imagen sin el
suplemento en materia de sonido, y viceversa. No son la una sin la otra.
Esta
forma de apreciar desde la pantalla trasciende el sueño hogareño de percibir y
sentir como si estuviésemos in situ del evento en cuestión. La ilusión de solos
de guitarra exactos, sonrisas perfectas entre compañeros de equipo o conexiones
artista-público idílicas es algo que hoy se usa, gracias al recurso de la
pantalla HD, como apoyatura emotiva, perceptiva, al espectáculo que en vivo y en directo está
sucediendo.
Más
que nunca, la distancia que la imagen virtual genera con respecto a la
defectuosa e incompleta imagen real se hace patente. Ese señor que se ve
chiquitito a metros y metros de distancia, vía pantalla gigante, se presenta
como un superhéroe sobre el escenario.
Innecesarios se vuelven los esfuerzos por “tratar de ver” en shows que cada vez convocan a más
y más espectadores en la medida que la imagen gigantesca nos reproduce lo que
está sucediendo allí al estilo de un musical de Hollywood. Hace ya rato que la
tecnología le sirve a la industria cultural. En este caso, al modo de una inversión
en tecnología que, gracias a la capacidad de contener la sed de estar y sentir
de un mayor número de sujetos dentro de un predio determinado, se presenta como
un negocio cada día más redituable a productores y comerciantes en general del show
business. Es esta misma la lógica que, en primer y última instancia, hace
posible esta trasmutación de las formas de estar y sentir que vuelve a hombres
y mujeres espectadores de un show que no deja de ser visto “por TV”. No
obstante, sería injusto reducir el uso de esta tecnología en los espectáculos a
la mera usura capitalista. Muchos artistas utilizan estos medios como valor
agregado en sus shows, algo que podríamos definir como “la tecnología al
servicio del arte”. Es el caso, por ejemplo y sólo por citar uno, de Roger
Waters quien en la versión new age de “The Wall” ha montado una puesta en
escena donde músicos, sonido, escenografía e imágenes reales y virtuales se
complementan las unas a las otras dando por resultado un espectáculo al que el
mote de concierto le queda chico. Se trata de una experiencia en vivo que llena
los sentidos por todos lados y donde las pantallas no funcionan esta vez como
corralitos para la muchedumbre sino que cumplen una función estética definida y
definitiva a la hora de valorar al show en su totalidad.
Al
show le sumamos la presencia de una pantalla más (al menos una más), que es la
del móvil del espectador. Espectador que filmará la pantalla gigante HD, ya que
cualquier intento de “hacer zoom” resulta insuficiente ante semejantes
distancias, para grabar ese momento como recuerdo que luego mostrará a sus allegados,
cosa que rara vez sucede (por no decir nunca). La insistencia de este sujeto en captar con la pantalla, más
pequeñita en tamaño y calidad, de su móvil se torna inútil si se tiene en
cuenta que la grabación High Definition del espectáculo en cuestión tardará
sólo unas semanas en circular por todos los canales de videos que internet
proporciona. Es así que muchos artistas invitan en sus shows en vivo a dejar el
teléfono y las cámaras a un lado y disfrutar de lo que está ocurriendo en ese
momento, que es único e inaprehensible mediante ningún dispositivo.
La
imagen, más que nunca, nos muestra su cara más imperfecta e ilusoria. La
tecnología al servicio de la exelencia técnica incrementa brechas entre una
realidad analógica, de carne y hueso, a priori imperfecta y una realidad
virtual cada día más hegemónica en la subjetividad contemporánea que intenta
hacer de esta imagen, tomando las riendas de la ilusión que ella misma nos
proporciona, algo más completo, más definido pero más ficticio también.
Acudimos a una nueva forma de vivir los espectáculos, desde hace un tiempo a
esta parte (y probablemente de esta parte a unos cuantos años más),
mediatizados por enormes y pequeñas pantallas que intentan inmiscuirse en el
detalle desterrando -por momentos y también muchas veces- el espíritu social de
los encuentros culturales entre las personas.
El
futuro llegó hace rato y la técnica y la tecnología se hallan a nuestra
disposición. Este asunto está ahora y para siempre en nuestras manos.
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