Es 1967. El mundo
occidental se encuentra conmovido por la aparición de fenómenos sociales y
culturales que derrumban definitivamente los marcos que estructuraban las
relaciones sociales hasta el momento. La revolución sexual y cultural de los
jóvenes, la psicodelia y la experimentación con drogas, la consolidación del
rock como expresión masiva configuradora de modelos de identidad caracterizan
estos doce meses conocidos como “el verano del amor”. En el medio de esta
efervescencia cultural, político y social, una persona pretende escapar y no
encuentra mejor manera de hacerlo que dándole vida a una de las novelas
paradigmáticas de la literatura solipsista y existencialista. Es Georges Perec y
encuentra en “Un hombre que duerme” la
mejor manera de caracterizar la desidia y la soledad absoluta de un personaje
que pretende escapar de todo aquello que tenga que ver con la vida cotidiana,
con el mundo social y con cualquier tipo de responsabilidad como ser humano.
Pasaron
27 años y estamos en 1994. Lejos quedaron las pretensiones de cambio político,
social y cultural. Derechas e izquierdas tradicionales observan cómo, en los albores de un
nuevo siglo, sus diferencias se evaporan y se vuelven menos importantes que su
principal similitud: la incapacidad para convertirse en un modelo político,
económico y social que contribuyan al bienestar de las cada vez más complejas
sociedades posmodernas. La opacidad, la hibridez caracteriza el mundo de las
relaciones sociales y culturales. Las distintas esferas artísticas no
encuentran respuestas y se ven condenadas a la repetición y a pertenecer al
entramado universo de la industria cultural de la era de la imagen, en la cual
el éxito se mide en ventas y desaparece súbitamente, sin llegar nunca a
satisfacer. En este contexto, no es extraño que haya aparecido la primer novela
de Michel Houellebecq, “Ampliación del campo de batalla”, en la cual exploraba,
en primera persona, la tormentosa vida de un ejecutivo informático, totalmente
aburrido de su existencia, con un sentimiento que oscilaba entre la
insatisfacción y la apatía en relación a su vida sexual y entregado a la
monotonía y a la dejadez que lo acompañarían el resto de sus días. Quizás, no
es tan novedosa la caracterización de antihéroe que atribuye Houellebecq a su
personaje principal. Sin embargo, la manera en que la historia es guiada por la
desesperanza del protagonista en el contexto de su vida cotidiana crea un
ambiente desolador que muestra claramente las intenciones de Houellebecq en la
novela.
Dos novelas y dos
contextos políticos, sociales y culturales completamente diferentes. Sin
embargo, esto no impide la particular conexión que se puede encontrar entre
ambas historias. Al contrario, la posibilidad de pensar el personaje de “Ampliación
del campo de batalla” como el mismo que protagoniza “Un Hombre que duerme”
aparece completamente latente para aquel lector que haya encontrado en su
camino las dos historias. Quizás ni siquiera Houellebecq haya leído a Perec
para escribir su primer libro (aunque sea bastante improbable que haya sido
así), pero la gran cantidad de relaciones encontradas abre camino al juego
literario y a la imaginación.
El título de la novela de
Houellebecq es el primer camino que funciona como puerta imaginaria al mundo de
Perec. ¿Cuál es el campo de batalla que se amplía en el texto de
houellebecqsiano? ¿De qué manera se relaciona con “Un hombre que duerme”?
El personaje de Perec se
halla inmerso en un conflicto, que progresivamente deja de ser con el mundo
exterior, para librarse en la propia interioridad del sujeto. Evadir la
sociedad, sus reglas e instituciones, la interacción con cualquier persona u
objeto que sea parte del afuera. He aquí la intención de un ser cuya pretensión
es aún mayor: vivir en el mundo de la pura percepción, la sensación absoluta
que cancele los artificios del universo construido por los humanos. El
personaje construido por Houellebecq tampoco abandona la lucha contra sí mismo.
En este aspecto se genera una marcada continuidad con el texto de Perec, en
tanto el protagonista constantemente se encierra en su interioridad,
sumergiéndose en un clima derrotista y de resignación, que termina siendo su
única compañía a lo largo de todo el relato. Pero hay otro elemento con el que
convive el antihéroe que conforma Houellebecq, el cual contribuye a su
perturbación y desesperanza: el mundo exterior. El escenario que plantea remite
a los cambios que se han producido en las sociedades occidentales en las
últimas décadas. Modificaciones que en la historia se orientan fundamentalmente
a las nuevas formas de organización del trabajo empresarial y las relaciones que
se establecen entre las personas en ese marco. El personaje de “Ampliación del
campo de batalla” es ejecutivo de una empresa de servicios informáticos, tiene
un sueldo bastante alto con el que no sufre penurias económicas y un status
social importante en la compañía. Sus compañeros de trabajo se caracterizan por
ser personas completamente enfocadas en un empleo que probablemente nunca aporte
nada a modificar sus vidas y que para Houellebecq se acercan a lo miserable.
Aburridos, estructurados, amargados, pero celebratorios de ese micromundo
empresarial en que viven. Este es el universo del personaje de Houellebecq y
frente a él, esboza una limitada resistencia en algunos pasajes de la historia,
pero durante muchos otros una completa desidia y desconfianza frente a
cualquier posibilidad de cambio. Sin embargo nunca puede evadirse ni escapar
totalmente de la realidad en la que está sumergido. La batalla se amplía, se
libra en todos los frentes. El enemigo puede ser él mismo, pero también los
demás, el mundo social, la posmodernidad que debilita las fronteras. Pero lo
que sabe por sobre todas las cosas es que, de cualquier manera, la derrota está
asegurada.
Por lo tanto, tenemos un
personaje que en 1967 decide aislarse de todo aquello que lo rodea,
pretendiendo llegar a lo más profundo de su subjetividad y su percepción. En 1994, el mismo personaje
convive en sociedad, aunque por cierto antes que convivir su misión es
sobrevivir y ni siquiera la reclusión en sí mismo es suficiente para
sobrellevar los males de la sociedad que lo oprime. ¿Qué pudo haber sucedido en
el camino para que este hombre deje de dormir y amplíe su campo de batalla
hacia su exterioridad? Perec revela parte del asunto: progresivamente el
solipsismo ya no es una respuesta, probablemente nunca lo fue y era solo una
manera cobarde de evitar la confrontación con la calle, el trabajo, las
personas, la ciudad. Finalmente, el narrador le dice al protagonista de la
historia “No has aprendido nada, solo que la soledad no enseña nada, que la
indiferencia no enseña nada: era un engaño, una ilusión fascinante y
traicionera”, revelándole lo inútil de sus esfuerzo por evadirse del tiempo y
el espacio. De esta forma, Perec llega a la máxima fundamental de su historia:
la imposibilidad del solipsismo absoluto. Entonces, quizás este personaje
regrese a la sociedad en 1994, en la historia de Houellebecq. Sin embargo, el
retorno no puede ser más amargo y decepcionante. Es tal la desolación con la
que se encuentra, que uno de sus principales postulados es la imposibilidad de
relaciones humanas que no sean más que un mero intercambio de información.
En consecuencia, la pregunta final que podría realizarse el
personaje luego de 27 años de caminar entre la niebla del solipsismo y el ruido
de la multitud es qué hacer, en tanto evadirse es imposible, pero también lo es
lograr relaciones reales y libres de todo interés mercantil, empresarial, que no
concluyan en un vacío existencial, en el que los seres terminen viviendo
cómodamente, sacrificando su posibilidad de “ser”. Al parecer este antihéroe no encuentra una
resolución que lo saque del hastío y de la nada en un lugar que parece ofrecer
todo. Pero, ¿cómo va a encontrar el personaje una respuesta que nosotros mismos
no podemos darnos?
The Lumberjack
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