martes, 17 de julio de 2012

Del Solipsismo absoluto a la soledad en la multitud



Es 1967. El mundo occidental se encuentra conmovido por la aparición de fenómenos sociales y culturales que derrumban definitivamente los marcos que estructuraban las relaciones sociales hasta el momento. La revolución sexual y cultural de los jóvenes, la psicodelia y la experimentación con drogas, la consolidación del rock como expresión masiva configuradora de modelos de identidad caracterizan estos doce meses conocidos como “el verano del amor”. En el medio de esta efervescencia cultural, político y social, una persona pretende escapar y no encuentra mejor manera de hacerlo que dándole vida a una de las novelas paradigmáticas de la literatura solipsista y existencialista. Es Georges Perec y encuentra en “Un hombre que duerme”  la mejor manera de caracterizar la desidia y la soledad absoluta de un personaje que pretende escapar de todo aquello que tenga que ver con la vida cotidiana, con el mundo social y con cualquier tipo de responsabilidad como ser humano.
Pasaron 27 años y estamos en 1994. Lejos quedaron las pretensiones de cambio político, social y cultural. Derechas e izquierdas tradicionales observan cómo, en los albores de un nuevo siglo, sus diferencias se evaporan y se vuelven menos importantes que su principal similitud: la incapacidad para convertirse en un modelo político, económico y social que contribuyan al bienestar de las cada vez más complejas sociedades posmodernas. La opacidad, la hibridez caracteriza el mundo de las relaciones sociales y culturales. Las distintas esferas artísticas no encuentran respuestas y se ven condenadas a la repetición y a pertenecer al entramado universo de la industria cultural de la era de la imagen, en la cual el éxito se mide en ventas y desaparece súbitamente, sin llegar nunca a satisfacer. En este contexto, no es extraño que haya aparecido la primer novela de Michel Houellebecq, “Ampliación del campo de batalla”, en la cual exploraba, en primera persona, la tormentosa vida de un ejecutivo informático, totalmente aburrido de su existencia, con un sentimiento que oscilaba entre la insatisfacción y la apatía en relación a su vida sexual y entregado a la monotonía y a la dejadez que lo acompañarían el resto de sus días. Quizás, no es tan novedosa la caracterización de antihéroe que atribuye Houellebecq a su personaje principal. Sin embargo, la manera en que la historia es guiada por la desesperanza del protagonista en el contexto de su vida cotidiana crea un ambiente desolador que muestra claramente las intenciones de Houellebecq en la novela.  
Dos novelas y dos contextos políticos, sociales y culturales completamente diferentes. Sin embargo, esto no impide la particular conexión que se puede encontrar entre ambas historias. Al contrario, la posibilidad de pensar el personaje de “Ampliación del campo de batalla” como el mismo que protagoniza “Un Hombre que duerme” aparece completamente latente para aquel lector que haya encontrado en su camino las dos historias. Quizás ni siquiera Houellebecq haya leído a Perec para escribir su primer libro (aunque sea bastante improbable que haya sido así), pero la gran cantidad de relaciones encontradas abre camino al juego literario y a la imaginación.
El título de la novela de Houellebecq es el primer camino que funciona como puerta imaginaria al mundo de Perec. ¿Cuál es el campo de batalla que se amplía en el texto de houellebecqsiano? ¿De qué manera se relaciona con “Un hombre que duerme”?
El personaje de Perec se halla inmerso en un conflicto, que progresivamente deja de ser con el mundo exterior, para librarse en la propia interioridad del sujeto. Evadir la sociedad, sus reglas e instituciones, la interacción con cualquier persona u objeto que sea parte del afuera. He aquí la intención de un ser cuya pretensión es aún mayor: vivir en el mundo de la pura percepción, la sensación absoluta que cancele los artificios del universo construido por los humanos. El personaje construido por Houellebecq tampoco abandona la lucha contra sí mismo. En este aspecto se genera una marcada continuidad con el texto de Perec, en tanto el protagonista constantemente se encierra en su interioridad, sumergiéndose en un clima derrotista y de resignación, que termina siendo su única compañía a lo largo de todo el relato. Pero hay otro elemento con el que convive el antihéroe que conforma Houellebecq, el cual contribuye a su perturbación y desesperanza: el mundo exterior. El escenario que plantea remite a los cambios que se han producido en las sociedades occidentales en las últimas décadas. Modificaciones que en la historia se orientan fundamentalmente a las nuevas formas de organización del trabajo empresarial y las relaciones que se establecen entre las personas en ese marco. El personaje de “Ampliación del campo de batalla” es ejecutivo de una empresa de servicios informáticos, tiene un sueldo bastante alto con el que no sufre penurias económicas y un status social importante en la compañía. Sus compañeros de trabajo se caracterizan por ser personas completamente enfocadas en un empleo que probablemente nunca aporte nada a modificar sus vidas y que para Houellebecq se acercan a lo miserable. Aburridos, estructurados, amargados, pero celebratorios de ese micromundo empresarial en que viven. Este es el universo del personaje de Houellebecq y frente a él, esboza una limitada resistencia en algunos pasajes de la historia, pero durante muchos otros una completa desidia y desconfianza frente a cualquier posibilidad de cambio. Sin embargo nunca puede evadirse ni escapar totalmente de la realidad en la que está sumergido. La batalla se amplía, se libra en todos los frentes. El enemigo puede ser él mismo, pero también los demás, el mundo social, la posmodernidad que debilita las fronteras. Pero lo que sabe por sobre todas las cosas es que, de cualquier manera, la derrota está asegurada.
Por lo tanto, tenemos un personaje que en 1967 decide aislarse de todo aquello que lo rodea, pretendiendo llegar a lo más profundo de su subjetividad y  su percepción. En 1994, el mismo personaje convive en sociedad, aunque por cierto antes que convivir su misión es sobrevivir y ni siquiera la reclusión en sí mismo es suficiente para sobrellevar los males de la sociedad que lo oprime. ¿Qué pudo haber sucedido en el camino para que este hombre deje de dormir y amplíe su campo de batalla hacia su exterioridad? Perec revela parte del asunto: progresivamente el solipsismo ya no es una respuesta, probablemente nunca lo fue y era solo una manera cobarde de evitar la confrontación con la calle, el trabajo, las personas, la ciudad. Finalmente, el narrador le dice al protagonista de la historia “No has aprendido nada, solo que la soledad no enseña nada, que la indiferencia no enseña nada: era un engaño, una ilusión fascinante y traicionera”, revelándole lo inútil de sus esfuerzo por evadirse del tiempo y el espacio. De esta forma, Perec llega a la máxima fundamental de su historia: la imposibilidad del solipsismo absoluto. Entonces, quizás este personaje regrese a la sociedad en 1994, en la historia de Houellebecq. Sin embargo, el retorno no puede ser más amargo y decepcionante. Es tal la desolación con la que se encuentra, que uno de sus principales postulados es la imposibilidad de relaciones humanas que no sean más que un mero intercambio de información.
En consecuencia,  la pregunta final que podría realizarse el personaje luego de 27 años de caminar entre la niebla del solipsismo y el ruido de la multitud es qué hacer, en tanto evadirse es imposible, pero también lo es lograr relaciones reales y libres de todo interés mercantil, empresarial, que no concluyan en un vacío existencial, en el que los seres terminen viviendo cómodamente, sacrificando su posibilidad de “ser”.  Al parecer este antihéroe no encuentra una resolución que lo saque del hastío y de la nada en un lugar que parece ofrecer todo. Pero, ¿cómo va a encontrar el personaje una respuesta que nosotros mismos no podemos darnos?


                                                                                      The Lumberjack



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