domingo, 15 de julio de 2012

- delicatesen -

- Yo viví en Francia. Conocí a Picasso.
- ¿De veras?
- Mierda, ya lo creo. Un tío cojonudo.
- ¿Cómo lo conoció?
- Llamé a su puerta.
- ¿Se molestó?
- No, no se molestó en absoluto.
- Hay gente a la que no le gusta Picasso.
- Hay gente a la que no le gusta nadie que sea famoso.
- Y hay gente a la que no le gusta nadie que no lo sea.
- La gente no cuenta. Yo no mearía en un agujero por ella.
- ¿Qué dijo Picasso?
- Bueno, yo le hice una pregunta, le dije: "Maestro: ¿qué tengo que hacer para mejorar mi trabajo?"
- ¿Contestó con tópicos?
- No, se enrolló bien.
- ¿Qué dijo?
- Me dijo: "Mira, yo no puedo decirte nada sobre tu trabajo. Yo qué sé. Tu trabajo te lo tienes que hacer todo tú solo. Pasa de los demás".
- Ja.
- Sí.
- Está bien.
- Sí. ¿Tienes una cerilla?
Le pasé las cerillas. Su cigarro se había apagado.
- Mi hermano es rico - me dijo -, pero no quiere saber nada de mí. No le gusta que yo beba. No le gusta que pinte.
- Pero su hermano no ha conocido a Picasso.
Maurice se levantó y sonrió.
- No, no ha conocido a Picasso.
Se alejó por el pasillo hacia la parte delantera del almacén, con el humo del cigarro subiéndole por encima del hombro. Se había quedado con mi caja de cerillas.

Charles Bukowski, Factotum


S.F

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