lunes, 23 de julio de 2012

De las venas que no se cierran: "También la lluvia", de Icíar Bollaín


Siglo XXI, Bolivia. Un grupo trasnacional integrado por mexicanos, españoles y un rioplatense (porteño, si querés) se instala en la ciudad de Cochabamba para el rodaje de una película que intentará evocar el impacto y los alcances de la llegada de los españoles a América. Sucede que, una vez más, la realidad superará a la ficción y los impactos y alcances que este grupo querrá retratar por medio de un largometraje se harán carne, cinco siglos después.
En esta ocasión la mercancia en boga será el agua, recurso que le es denegado a los habitantes de esta región del oriente boliviano. Vieja, famosa y larga es la lista de expropiaciones y explotaciones que Bolivia tiene en su haber, expropiaciones y explotaciones padecidadas tanto por su gente como por la mismísima pacha.
Resulta que con la llegada de este proyecto cinematográfico, el pueblo es convocado a participar del casting para trabajar de extras en el film por la módica suma de dos dólares diarios. Es a partir de este momento, que marcaremos como punto cero, cuando las injusticias pasadas se reactualizarán y se reproducirán casi a la manera del siglo XVI: subestimación, maltrato, falta de respeto, explotación. Esta vez los grupos -que en principio llamaremos antagónicos- estarán compuestos, por un lado, por un director español y un equipo de trabajo que, con ciertos humos soberbios, mantendrán firmemente el objetivo con el cual llegan a estas tierras: realizar su trabajo, cueste lo que cueste. Por el otro lado, estarán los habitantes de un pueblo quechua al que le es denegado no sólo el derecho a acceder a un recurso vital sino, tambíén, la posibilidad de continuar con la construcción de una red de abastecimiento que ellos mismos están contruyendo, razón que concluirá en enfrentamientos con la fuerza pública cada vez más frecuentes e intensos, motivo por el cual -en nombre del bien, de la conveniencia y los interes de todos los involucrados- estos grupos denominados en principio antagónicos negociarán e intercambiarán favores generando una suerte de alianza que les permitirá resistir -con más o menos ilusión- los efectos del poder que el monopolio de la violencia estatal ejerce sobre los sujetos.
Dentro de este último grupo se destacará un intrépido y valiente albañil devenido actor que luchará, básicamente, por las posibilidades de su propia hija y de todo su pueblo a ser tenidos en cuenta para participar de la película. Pero sus convicciones y su genio van más allá y llegará a convertirse en líder en la causa por el derecho al agua, a la vez que será esta terquedad, su encanto y su espíritu lo que lo convertirá en el intermediario y principal referente entre el grupo de bolivianos que participa en la película y el equipo de trabajo.
Constantemente se toman prestadas escenas de la película que hay dentro de la película dando la sensación de que aquellos suplicios pasados ilustran, para nada anacrónicamente, los padecimientos actuales. El problema es grave y la convulsión social es cada vez más efervesente, por lo cual, aquello que parecía ser un viejo y amargo recuerdo confluye inexorablemente con los más penosos episodios presentes.
Los personajes de esta película tienen la característica de mostrar, cada uno de ellos, las más diversas y polémicas posiciones que cualquier blanco de occidente (llámese europeo, llámese criollo) puede tener con respecto al complejo y polémico debate sobre los pueblos originarios. Esta es una película que, no obstante, trasciende las respuestas acabadas, morales y dicotómicas e intenta ir más allá, animándose a tocar aquellas fibras más éticas que los occidentales tenemos en relación con nuestras propias preguntas -o mejor dicho, respuestas- antropológicas. Se interrogará, casi sin disimulo, el alcance del estatuto de hombre en tanto sujeto de derecho y, hasta me atrevería a decir, el estatuto del mismo en tanto sujeto de hecho en pleno siglo XXI, interrogación que pondrá en jaque, irremediable e incisivamente, a las más grandes de las miserias y grandezas humanas.
Para concluir se apelará, a modo de broche de oro que ningún antropólogo estructuralista sería incapaz de desdeñar, a reivindicar al ser genérico en su condición más humana tomando como recurso aquella clase de objetos simbólicos que, al circular, crean espacios donde no sólo se pondrá en juego algo del orden de la gracia sino que lo entregado, nada más y nada menos, tiene que ver con lo más profundo del sí-mismo. Lo que es puesto en circulación entra en serie con la entrega-de-algo a un otro pero que, en la medida en que este objeto es intercambiado dentro del mundo de los objetos deviniendo por tanto don y ofrenda, el estatuto de alteridad es resignificado generando un universo común y dejando translucir que, en definitiva, la condición humana es sólo una.


-Summer-

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