Siglo XXI, Bolivia. Un grupo
trasnacional integrado por mexicanos, españoles y un rioplatense
(porteño, si querés) se instala en la ciudad de Cochabamba para el
rodaje de una película que intentará evocar el impacto y los
alcances de la llegada de los españoles a América. Sucede que, una
vez más, la realidad superará a la ficción y los impactos y alcances
que este grupo querrá retratar por medio de un largometraje se harán
carne, cinco siglos después.
En esta ocasión la mercancia en boga
será el agua, recurso que le es denegado a los habitantes de esta
región del oriente boliviano. Vieja, famosa y larga es la lista de
expropiaciones y explotaciones que Bolivia tiene en su haber,
expropiaciones y explotaciones padecidadas tanto por su gente como por la
mismísima pacha.
Resulta que con la llegada de este
proyecto cinematográfico, el pueblo es convocado a participar del
casting para trabajar de extras en el film por la módica suma de dos
dólares diarios. Es a partir de este momento, que marcaremos como
punto cero, cuando las injusticias pasadas se reactualizarán y se
reproducirán casi a la manera del siglo XVI: subestimación,
maltrato, falta de respeto, explotación. Esta vez los grupos -que en
principio llamaremos antagónicos- estarán compuestos, por un lado,
por un director español y un equipo de trabajo que, con ciertos
humos soberbios, mantendrán firmemente el objetivo con el cual
llegan a estas tierras: realizar su trabajo, cueste lo que cueste.
Por el otro lado, estarán los habitantes de un pueblo quechua al que
le es denegado no sólo el derecho a acceder a un recurso vital sino,
tambíén, la posibilidad de continuar con la construcción de una
red de abastecimiento que ellos mismos están contruyendo, razón que
concluirá en enfrentamientos con la fuerza pública cada vez más
frecuentes e intensos, motivo por el cual -en nombre del bien, de la
conveniencia y los interes de todos los involucrados- estos grupos
denominados en principio antagónicos negociarán e intercambiarán
favores generando una suerte de alianza que les permitirá resistir
-con más o menos ilusión- los efectos del poder que el monopolio
de la violencia estatal ejerce sobre los sujetos.
Dentro de este último grupo se
destacará un intrépido y valiente albañil devenido actor que luchará,
básicamente, por las posibilidades de su propia hija y de todo su
pueblo a ser tenidos en cuenta para participar de la película. Pero
sus convicciones y su genio van más allá y llegará a convertirse
en líder en la causa por el derecho al agua, a la vez que será esta
terquedad, su encanto y su espíritu lo que lo convertirá en el
intermediario y principal referente entre el grupo de bolivianos que
participa en la película y el equipo de trabajo.
Constantemente se toman prestadas
escenas de la película que hay dentro de la película dando la
sensación de que aquellos suplicios pasados ilustran, para nada
anacrónicamente, los padecimientos actuales. El problema es grave y
la convulsión social es cada vez más efervesente, por lo cual,
aquello que parecía ser un viejo y amargo recuerdo confluye
inexorablemente con los más penosos episodios presentes.
Los personajes de esta película tienen
la característica de mostrar, cada uno de ellos, las más diversas y
polémicas posiciones que cualquier blanco de occidente (llámese
europeo, llámese criollo) puede tener con respecto al complejo y
polémico debate sobre los pueblos originarios. Esta es una película
que, no obstante, trasciende las respuestas acabadas, morales y
dicotómicas e intenta ir más allá, animándose a tocar aquellas
fibras más éticas que los occidentales tenemos en relación con
nuestras propias preguntas -o mejor dicho, respuestas-
antropológicas. Se interrogará, casi sin disimulo, el alcance del
estatuto de hombre en tanto sujeto de derecho y, hasta me atrevería
a decir, el estatuto del mismo en tanto sujeto de hecho en pleno
siglo XXI, interrogación que pondrá en jaque, irremediable e
incisivamente, a las más grandes de las miserias y grandezas
humanas.
Para concluir se apelará, a modo de
broche de oro que ningún antropólogo estructuralista sería
incapaz de desdeñar, a reivindicar al ser genérico en su condición
más humana tomando como recurso aquella clase de objetos simbólicos
que, al circular, crean espacios donde no sólo se pondrá en juego
algo del orden de la gracia sino que lo entregado, nada más y nada
menos, tiene que ver con lo más profundo del sí-mismo. Lo que es
puesto en circulación entra en serie con la entrega-de-algo a un
otro pero que, en la medida en que este objeto
es intercambiado dentro del mundo de los objetos deviniendo por tanto don
y ofrenda, el estatuto de alteridad es resignificado generando un universo
común y dejando translucir que, en definitiva, la condición
humana es sólo una.
-Summer-
-Summer-
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