sábado, 28 de julio de 2012

"No tengas miedo", de Montxo Armendáriz


“No tengas miedo” cuenta la historia de la vida de una joven española abusada sexualmente por su padre desde los 7 años. Silvia es la hija única de una familia burguesa integrada por la niña, una madre tan hermosa como narcisista y un padre odontólogo y perverso. Me disculpo desde ya ante la comunidad odontólogica pero no puedo evitar evocar, en el random mental, a diversos odontólogos psicópatas y a todas las fantasías que giran en torno a este oficio por parte de quienes somos sus pacientes ¿será que la odontología sea una profesión que facilite, al menos, la elaboración de algo del masoquismo primordial que nos constituye a los seres humanos? 
Tenemos, en principio, la perfección de una familia de clase media profesional donde la belleza, la dulzura, el talento y el dinero son las cuatro patas de una estructura sospechosamente normal. Tenemos una madre hermosa, amorosa con su hija igualmente hermosa y un padre cariñoso y atento de su más preciado tesoro. Resulta que estas atenciones, que en principio entran dentro del orden de lo lúdico y lo tierno, se tornan el viaje de ida a una pesadilla eterna: será el comienzo de una vida marcada por el estrago y el ultrajamiento.
Los efectos de lo traumático serán tramitados (o no) al modo que suelen hacerlo los niños (y que el Profesor Freud tan bien ha introducido en su “más allá del principio del placer”). Pero, como pasa en la mejores familias, las alertas rojas que se encienden en la casa de Silvia son negadas, rechazadas y desestimadas por quien se supone que está en este mundo -entre otras cosas- para ser intérprete de estos signos.
La niña no tardará en devenir adolescente. Sintéticamente, y sin intención de hacer teoría psicoanálitica barata, tenemos que el mecanismo de la represión -la vedette de la neurosis- se establece en tres tiempos: el primero, represión primordial fundante del psiquismo; segundo tiempo, -represión propiamente dicha- consistirá en reprimir las mociones incestuosas de la primera infancia; tercer tiempo, retorno de lo reprimido acompañado de la formación de síntomas. Este tercer tiempo corresponde cronológicamente a la reedición del complejo de edipo propio de la adolescencia y al segundo despertar de la sexualidad. En este tercer tiempo, todo aquello que ha sucedido y que con tanta fuerza se ha aferrado en el inconsciente, retorna interpelando al sujeto. Si bien la interpelación es dolorosamente inevitable para todos, para Silvia (y para cualquier persona que haya padecido tormentos similares) esta coyuntura la interroga en lo más íntimo de su ser.
La incipiente exogamia a la que la adolescencia invita comienza a enfrentarla ante el goce desmedido de aquel Gran Otro del cual ella resulta ser un objeto. Es que si bien todo proceso de subjetivación implica necesariamente el pasaje por el lugar de objeto y la consecuente pregunta ¿qué soy yo para el deseo del Otro?, las coordenadas y las posibilidades de separación no son las mismas cuando una subjetividad se ha fundado sobre el principio de ser un objeto ultrajable, violentable, un objeto “de mierda” para ese Otro. Y lo es aun más cuando ese Otro es de quien se han recibido las únicas atenciones y muestras de amor: la lectura e interpretación de La Ley que desde este mismo lugar se ofrecen resultan por demás confusas y, digamoslo, perversas. Vale agregar que cuando una subjetividad se configura a partir de estos preceptos, ser un objeto de mierda, llevar adelante la existencia puede ser insoportable a punto tal que Silvia, en cierto momento, se toma un taxi para arrojarse desde allí al asfalto segundos más tarde. Es que cuando la angustia no se soporta desde el lado del lenguaje (es decir, se torna más insoportable de los común), del lado del fantasma como respuesta a esta angustia, no queda más que la identificación con ese objeto “resto” que queda del lado del sujeto: es este “arrojarse fuera de la escena” la típica estructura que el psicoanálisis le da al estatuo de pasaje al acto. Dice Lacan al respecto: “Ese dejar caer es el correlato esencial del pasaje al acto. Aun es necesario precisar desde qué lado es visto este dejar caer. Es visto, precisamente, del lado del sujeto. Si ustedes quieren referirse a la fórmula del fantasma, el pasaje al acto está del lado del sujeto en tanto que éste aparece borrado al máximo por la barra. El momento del pasaje al acto es el de mayor embarazo del sujeto, con el añadido comportamental de la emoción como desorden del movimiento. Es entonces cuando, desde allí se encuentra – a saber, desde el lugar de la escena en la que, como sujeto fundamentalmente historizado, puede únicamente mantenerse en estatuto de sujeto- se precipita y bascula fuera de la escena” (Lacan, 1963).
Ameritaría otro escrito al respecto, pero bastará decir lo que sorprende cómo, a pesar de la anterior consideración sobre el estatuto del pasaje al acto en la vida de los neuróticos, Silvia es llevada a un neuropsiquiátrico y es tratada por un psicóloga con aires de hipnotizadora que, en el mes que dura la internación, no resulta capaz (ni interesada) de interrogar algo de la angustia de su paciente. Es lamentable cómo la psicología en pos de los tratamientos eficaces a corto plazo y apuntando al menor costo posible para pacientes, profesionales e instituciones ignora y forcluye la falta, la escansión, la hiancia, la insistencia, lo que puja e insiste. En una palabra: al Sujeto.
Durante su internación recibe la visita del padre, a quien se niega a ver. Recibe la visita de su madre, una bella mujer que no fue capaz -en su momento y en la actualidad- de alojar, ni siquiera creer, nada de lo que le sucede y dice su hija.
El tiempo pasa y Silvia adquiere ciertos hábitos que dan cuenta de un circuito que impide, valga la redundancia, la circulación de aquello incapaz de tramitarse vía lo simbólico, algo del orden de lo traumático que excede las posibilidad de reelaboración del sujeto, un significante desamarrado de un monto de afecto (de aquel afecto “que no engaña”) que no cesa de irrumpir ilimitadamente. Es en este contexto que conoce a un muchacho con quien entabla una relación amistosa para luego avanzar sobre algo más. Pero este “algo más” no es sencillo para quien el encuentro con lo sexual y el lugar de ser causa de deseo para un hombre está por demás complicado. Por suerte cuenta con una amiga de toda la vida, quizá la única capaz de soportar y contener algo de lo desbordante de esta muchacha. También la música cumple algo de esta función -los neuróticos no sólo contamos con destinos fallidos para nuestras rebeldes pulsiones.
Con mucho costo algo del orden de la exogamia pareciera suceder. La terapia de grupo, la posibilidad de que algo de lo real comience a tramitarse vía lo simbólico, los verdaderos afectos, son las aristas que acompañan a esta mujer a tomar una posición con respecto a su existir y a su miedo. La película es dramática e interroga a lo largo de sus 90 minutos porque, ¿cómo pedirle a alguien que no tenga miedo cuando, la persona que se supone que más te ama, es la persona que te arruina la vida?



-Summer Finn -Víctima, Charly García

1 comentario:

  1. Me encanta esa forma tan personal de involucrarse en las películas, que genera que el que lee lo que escribís tenga ganas de ver la película en el momento para luego discutir con tus palabras...
    (imaginate quien puede ser que te esté firmando)

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